A pocos meses de cumplir los 23 la vida se veía diferente a como se ve ahora, cuando me queda relativamente poco para triplicar aquella edad. La muerte también se percibía distinto...
Nos contaron entonces que Villeneuve llegaba a Zolder dolido por la victoria de Pironi en Ímola, molesto con Enzo Ferrari por no haberla querido o sabido impedir, lo que no dejaba de ser una explicación sencilla que hacía legible para los aficionados y el gran público algo más complejo de entender, pues, incluso después de la derrota en San Marino, bajo la piel del quebequés seguía bullendo una energía que sólo él sabía comprender y controlar, que le inclinó a tomar Butte por el exterior justo un fragmento de instante antes de que Jochen Mass, viendo al 27 en los retrovisores, decidiera dejar libre el interior de la generosa curva a izquierdas.
Por regla general se tarda bastante en asimilar que rara es la vez en que hay vía libre hasta Terlamen, y que lo habitual suele ser avanzar sumando errores mientras tratamos de escapar lo menos chamuscados posible de cada pequeño infierno que nos sale al paso.
Obviamente hay quien no se arriesga, aunque no exponerse a fallar tampoco significa que se viva con mayor intensidad, o que Terlamenbocht quede menos lejos, o que alcancemos la pole apretando los puños e insistiendo en que lo intentamos. El asunto suele ser más complejo, como aprendimos, seguramente de la peor manera posible, los que de pronto sentimos cómo nuestros pies se posaban en el suelo una lejana tarde de mayo de hace ahora 43 años.
Jochen ha fallecido hace unos días, y es casi seguro que, donde estén juntos, Gilles ya le ha disipado al alemán las dudas sobre si hizo bien o mal intentando ponerle una alfombra roja que él había decidido no pisar.
Os leo.
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