El caso de Lance Stroll es paradigmático: lo tiene para triunfar todo menos actitud, como ha insinuado Güenther Steiner al decir que al canadiense, en realidad, no le gusta correr en Fórmula 1.
Una pérdida del tren trasero durante la vuelta de formación en Interlagos, un trompo en la escapatoria con golpe en las protecciones, y la incomprensible maniobra de meter el AMR24 en la zona de grava para dejarlo atrapado allí, dibuja la secuencia que ha vuelto a poner sobre el tapete la idoneidad del de Montreal en una escudería que está creciendo al ritmo de los versos de Rafael Alberti a los que puso música Paco Ibáñez: ¡A galopar, a galopar...!
Esta vez, ni los medios muy afines —tan afines y demasiado afines—, han podido neutralizar la que se le está organizando a don Lorenzo por creer en su vástago querido hasta que decida dejarlo (sic), pues al paso que va la cosa podría resultar demasiado tarde, como también insinuaba el deslenguado Steiner, que anda desatado desde que lo apearon de Haas.
El caso es que parece ser que Stroll junior se ha convertido de nuevo en la comidilla del paddock porque no deja de dar alpiste a sus numerosos detractores, aportando, además, abundantes razones a los que piensan que el mozalbete es el auténtico Talón de Aquiles del proyecto Aston Martin tras el desembarco de Adrian Newey. Puedes tener la mejor fábrica, puedes tener el mejor túnel de viento y los más potentes simuladores de fluidos y de conducción, puedes, obviamente, tener el mejor equipo técnico y al mago de Milton Keynes en Silverstone, pero, si no cuentas con dos buenos pilotos, estás literalmente jodido ante tu propósito.
Sí, ya sé que también Alonso ha salido a defenderle, pero me huele a que Lance anda madurando lo que nos dirá en rueda de prensa en Abu Dhabi.
Os leo.
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