Colapinto me gusta mil veces más que aquel Bruno Senna que me vendió un amigo de entonces, como una estrella en ciernes que llegaría alto aunque no brillaría tanto como Ayrton porque Senna sólo ha habido uno.
El pibe conduce un Williams '24 y lo repetiré cuantas veces haga falta, siquiera este año. El argentino sube o baja como las mareas, pero al menos se le nota que corre sangre auténtica por sus venas. Otra cosa es su hinchada, insoportable como todas, para qué vamos a engañarnos si ya nos conocemos.
Escribo desde el Norte de España para los que no sepáis ubicar Gorliz, con los pies acariciados por el mar Cantábrico, una porción del océano Atlántico que bate las costas del Golfo de Bizkaia.
De mi país se dice ahí fuera que todos somos alonsistas o bebemos los vientos por Carlos Sáinz, aunque, proporcionalmente hablando, existe una mayor afinidad con otros pilotos de la que aparece reflejada en las arbitrariedades, y, en épocas de eclosión mediática, había vetelistas y vetelada a cascoporro, y ni os cuento cómo estaba el panorama cuando Hamilton comenzó a caminar hacia la cumbre de su Olimpo chiquitito, ni cómo se ha puesto desde que el británico sumó siete coronas.
Si disponéis de un rato tonto pasaros por redes sociales y comprobad vosotros mismos cuánto español ajeno a Alonso y Sáinz va de políticamente incorrecto odiándolos casi a muerte, contracorriente, como diría Íker Jiménez en sus homilías, cuando en sentido estricto forma parte de ese Serengueti del que tantas veces nos hemos cachondeado en Nürbu.
La prensa sí, pero aquí y al otro lado del charco. Los medios no ingleses buscan el clic, aunque consideran que leer la Autosport o la Mostorsport es saludable para su cerebro y asegura estar al día, y disponer de información de primera que luego se traslada al lector o escuchante, con la vana esperanza de que la crean y respeten como si fuese la palabra sagrada, y mira, no, antes seguramente funcionaba, pero en un mundo globalizado y con focos de noticias controlados por tan poca gente, comprar material averiado y hacerlo pasar por fetén no es la mejor de las ideas.
A Franco no lo han encumbrado los argentinos. Basta comparar el interés mediático que ha generado el de Pilar con el que han levantado un Lawson o un Bearman, por citar dos ejemplos, para imaginar que había algo más detrás de tanto cariño. ¿La Argentina de Milei resultaba atractiva como negocio para Liberty Media? Pues es posible, no lo voy a negar aunque tampoco tengo demasiadas ganas de hablar de política ni de intereses transnacionales. El caso es que la prensa argentina, así, en general, ha caído en una de las trampas más viejas de nuestro mundillo, la misma en la que cayó la española en 2003.
Voy terminando. No conviene mezclar las cosas, y en lo relativo al periodismo que nos toca sufrir, reiterar que siempre resulta más productivo atender a lo que te susurra la brisa que acaricia tu cara que al listillo de turno, sea éste un reputado profesional que lleva taytantos años consumiendo british press, o un arqueólogo de lo nuestro que no sabe sacar la cabeza del entrañable trasero de Lole Reutemann, dicho esto con el mayor de mis respetos.
Bajo mi humilde modo de ver, Franco Colapinto tiene todo para triunfar, pero hay que darle tiempo y esperar a que se alineen los astros.
No me agobiaría demasiado por los resultados y los números, pero, eso sí, huiría como de la peste de la escaleta que tratan de imponer los gilipollas de siempre, los que serían capaces de matar a su madre con tal de ganar cuatro seguidores en redes sociales, los que, a la postre, están convirtiendo el apoyo legítimo a un piloto que lo vale, en una guerra en campo abierto contra otras aficiones.
Os leo.
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