Se podría decir que si pone un circo a la FIA le crecen los enanos, aunque lo malo del gafe es que ya tiene el circo y no sabe qué hacer con él.
Entre los numerosos agujeros del casco por los que llevan desde octubre saliendo valores de la Federación, y que la GPDA (Grand Prix Drivers' Association) ha decidido poner proa a los acontecimientos reclamando un poquito de por favor y que se deje de tratar a los conductores como chiquillos —esto seguro que os suena—, da la sensación de que el eje del mal ha puesto a Mohammed ben Sulayem en ese puntito incómodo en que sólo falta que alguien pregunte en voz alta: ¿para qué coño hace falta la FIA?
Hemos hablado muchas veces de la diferencia entre poder y autoridad como para que venga ahora a daros un nuevo recital, pero si hay algo cierto es que el organismo lleva abusando de su poder desde la salida de Jean Todt, porque la autoridad de su sustituto hace agua por los cuatro costados y desde el minuto uno.
Me fastidia escribir que van ganando los ingleses, el lobby británico, que dicen los finolis, aunque, a ver, Ben Sulayem ha ido metiéndose poco a poco en la lobera que le han levantado, y, aquí, el único responsable ha sido él. Se buscaba la figura dictatorial y el dubaití ha interpretado el papel a las mil maravillas, por incapacidad o por bisoñez, que tanto da a estas alturas de la película, pero puesto que sigo ejerciendo de abogado de causas perdidas, prefiero confesarme con vosotros mientras ordeno encender las hogueras solicitando ayuda para Gondor, porque como esto siga así la vamos a necesitar todos.
Os leo.
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