Antes del levantamiento armado que originó la Guerra Civil española el 18 de julio de 1936, se celebró el VII Gran Premio Penya Rhin en Barcelona, en la pista de Montjuïc. Sucedió el 7 de junio de aquel mismo año y venció Tazio Nuvolari.
En los días anteriores y durante la carrera se mascaba en el ambiente un aire prebélico que sirve de detonante para la historia gráfica escrita por Roger Escriche y dibujada por su hermano Guillem, que se ha publicado recientemente bajo el título La última victoria [Desfiladero Ediciones; Valencia, 2024].
Con prólogo de Valentí Fradera y dos sabrosos artículos a modo de colofones imprescindibles, uno del propio autor de la obra, Roger Escriche, y el otro de nuestro querido Luis Ortego, el trabajo plantea una hipótesis verosímil a partir de un hecho incontestable: las evoluciones de los equipos, los pilotos y los monoplazas buscando la victoria. Y digo «verosímil» porque el padre de Cata y su abuelo por parte de madre, que se llevaban muy poquito tiempo de diferencia, habiendo vivido aquella misma época que narra el volumen que hoy os acerco, pero desde Guinea Ecuatorial, nutrieron a mi familia política de abundantes anécdotas vividas en primera persona, que me han hecho esbozar más de una sonrisa al verlas casi reflejadas en los dibujos y diálogos.
Lejos del canon impuesto por los James Bond modernos, La última victoria nos plantea una atmósfera en la que la Italia fascista y la Alemania nazi luchaban por el triunfo sobre el asfalto de Montjuïc con todo lo que tenían a mano, obviamente, aunque ello sirve de fondo a intrigas internacionales, miembros de la disidencia alemana, intentos de sabotaje, alianzas y traiciones, una bonita historia de amor, etcétera.
Son 128 páginas en total, muy bien editadas en un formato de tapa dura cuidadosamente armado. La historia resulta entretenida y goza de ese puntito extra de verosimilitud del que os he hablado en los párrafos anteriores, de manera que resulta incluso posible que los hermanos Escriche se hayan acercado a la verdad de los acontecimientos, con mayor exactitud que los cronistas que han relatado aquel legendario mano a mano que mantuvieron Nivola y Caratsch en las laderas de la montaña mágica de Barcelona.
Os leo.
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