Lo de los comisarios induciéndole una bandera negra a Hulkenberg en Interlagos me quedó a la altura de aquel Jeep con el cuerpo de intervención rápida de bomberos dentro, que asaltó la pista de Yeongam sin que hubiese salido el Safety Car.
Imagino al alemán gritando desde el interior del cockpit: «¡Ey, cabrones, no hagáis eso...!»
La luz, la ley y el Reglamento, y la FIA, claro, que en vez de reconocer que los celosos marshalls a lo peor se extralimitaron un poco, asumió como propia la acción, tiró para adelante con el expediente sancionador y excluyó a Nico de la carrera. Y luego el debate, pues no aprendemos que las discusiones posteriores a cualquier gilipollez que permite la Federación, antes resultaban divertidas pero ahora suponen un puñetero tostón.
Brazil es una película que hay que ver sí o sí. Terry Gilliam toma como base la 1984 de Orwell y se casca una crítica ácida sobre las doctrinas y los procedimientos, también sobre la vida y el futuro en general, aunque no sea distópico, y hay un tipo que sufre un asalto de las fuerzas del orden en su domicilio porque una miserable mosca se sacrifica interfiriendo en la máquina que está usando el funcionario, azar que torna la te del apellido en be, y origina que Harry Buttle se convierta en reo de los delirios de la autoridad porque en el documento de captura ya no figura mi idolatrado Tuttle, Harry Tuttle, Robert de Niro en uno de esos impagables personajes que nos regaló antes de decidir hacer de abuelo, de suegro, o de malhumorado ex agente de la CIA.
La cinta de Gilliam data de 1985, que no ha llovido ni nada, y sí, nos reíamos de estas cosas entonces porque entendíamos que la aplicación de la Ley, del Código Deportivo en este caso, podía y puede llegar a producir monstruos.
En todo caso, me preguntáis que qué opino sobre la sanción a Hulk y no sé qué coño esperáis como respuesta si todavía estoy escuchando a Nico imprecar a sus salvadores: «¡Hijoputas, no me toquéis el coche que me buscáis un marrón!
Os leo.
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