Un buen bistec

Luis Raimundo (Haciendo Click), traía no hace mucho hasta este humilde lugar los ecos de un cuento escrito por Jack London cuyo título he tomado prestado para esta entrada. No voy a despedazarlo como no lo hizo él, porque su lectura es de las que merecen la pena, aunque sí voy a describir sucintamente que su argumento trata de un boxeador a quien no le ha sonreído la vida, Tom King, que tiene que aceptar un último combate que sabe que va a perder, porque sencillamente tiene hambre en un mundo, el suyo, apremiado por el hambre.

Esta noche de sábado en que la densidad del aire que nos rodea casi se mastica ante lo que puede traernos un mañana que se celebra en uno de los múltiples culos del mundo a los que nos tiene tan acostumbrados Ecclestone, me apetece hablar de Mark Webber y de las posibles sensaciones que le estarán atenazando a estas horas, porque lo que ha hecho Red Bull con él no tiene nombre por mucho que la banda de impresentables que anidan en la escudería austriaca se empeñen en que veamos lo que está sucediendo de otra manera.

Sinceramente me gustaría percibirlo de otra forma, pero no puedo. Al australiano le han llevado contra las cuerdas los que deberían haberle protegido; le han segado la hierba bajo los pies aquellos en quienes depositó su confianza; le han vendido precisamente los que tenían la obligación de haber velado por la seguridad de su espalda…

Si en Gran Bretaña la razón para quitarle el alerón más evolucionado pasaba por esgrimir que Vettel iba mejor en el campeonato, no es de recibo el desamparo al que se le ha sometido a partir de la prueba de Alemania, ni la frialdad que le ha dispensado su equipo en todo momento, ni la fealdad que le ha rodeado hasta convertirlo en una cáscara de nuez en mitad de un oceáno ingobernable, inconmensurable, ininteligible, cuando hasta anteayer lideraba la lucha por el título.

A Webber lo han roto por dentro y de mala manera, porque un piloto sin confianza es una marioneta sin hilos, un cuerpo desmadejado, un boxeador al que le flaquean las fuerzas porque no ha cenado…

—¿Por qué no le pegaste de firme cuando lo tenías atontado?

—¡Vete al diablo! —respondió King mientras bajaba los escalones del portal.

Si tuviera línea directa con el Altísimo le pediría que mañana en Abu Dhabi desatara su infinita justicia para que Bulari, la diosa madre de Oceanía, venza de nuevo a los hombres serpiente venenosos, los Wandjinas, como hizo en la historia que recuerdan los ancestros, permitiendo que el granito de Ayers Rock destelle en naranjas en mitad del ocaso.

¡Mark. Mark, Mark!