Madonna di Campiglio y el blanco

La nieve de los Dolomitas ha cegado a los ciegos que no quieren ver, es natural. Marco incomparable para desarrollar cualquier actividad al aire libre, Ferrari, desde hace años, mucho antes de que Fernando vistiera de rosso, realiza en la localidad de Madonna di Campiglio su apertura de temporada con un macrofestival que trata de sustantivar la magnitud del espíritu de Il Cavallino Rampante, a la vez que intenta desterrar los viejos fantasmas acumulados a lo largo de la temporada finalizada, en un rito moderno que han erigido con sus manos los herederos del renacimiento y su sonoridad visual, una forma como otra cualquiera de forjar vínculos fraternales que la batalla próxima y sus timbales de guerra a buen seguro harán temblar.

Sin embargo, el acto acostumbra a ser leído de manera banal, superficialmente, por su inexcusable aspecto lúdico, también publicitario, y sobre todo debido al amplio eco que encuentra en unos medios de información general que no tienen ni una miga de pan que llevarse a la boca.

Dice el refrán popular que no se han de pedir peras a un olmo, y así parece ser, pues el que acaba de ser cerrado hace escasamente unos días, debido tal vez a la presencia de Alonso, ha sido criticado rozando lo grotesco, obviando que Madonna di Campiglio se encuentra a 1.500 metros sobre el mar y que por tanto goza de un aire limpio que permite a la tropa de Maranello oxigenarse y recuperar fuerzas de cara al esfuerzo que supondrá la pretemporada; por no mencionar que la práctica del esquí fomenta el equilibrio psíquico y corporal mientras tonifica músculos y articulaciones, con lo que supone una magnífica base sobre la que dar comienzo al entrenamiento físico al que se estarán sometiendo ya los pilotos. Si a ello sumamos el paradisiaco entorno y lo distendido del encuentro, tenemos que en la estación invernal se busca fortalecer los lazos de los integrantes del equipo a la vez que se trata de eliminar todo rastro de estrés…

¿Tan mal está? Cualquiera con dos dedos de frente afirmaría lo contrario, pero estamos en España y cualquier excusa es buena para meter mano a nuestro asturiano, lo que hace, o aún lo que le rodea, hasta el punto de que puestos a seguir metiendo la puya con ahínco, se olvidan rápidamente de lo ocurrido en la montaña y arremeten con la decoración presentada por el F60 en la filmación reciente de un spot, acusándola de venderse al blanco, como si la configuración cromática fuese nueva y no añeja, y además bien forjada, pues el propio Enzo Ferrari ordenó en 1966 pintar de tal color los tubos de escape de los 312 para distinguirlos aún más de los rivales, de manera que el blanco y el rojo convivirían en los monoplazas de La Scuderia, como seña de identidad, desde que se impusiera en la carrocería con el 312B2 de 1971 y en la práctica totalidad de la era boxer (sólo los T4 y T5 de finales de los 70 del siglo pasado dejaron de llevarla).

Desterrada durante unos años de los circuitos de F1, la conjunción de colores volvería a ellos casi dos décadas y media después, vistiendo con una enorme franja blanca longitudinal el F93A que condujeron Jean Alesi y Gerhard Berger, desapareciendo de nuevo, pero retornando nueve años más tarde en el F2002 que llevó a Michael Schumacher a su quinto campeonato, para quedarse en derivas y alerones en los modelos siguientes hasta el F2007, como quien dice: anteayer…

¿Tan mal está? Dejando aparte la enorme tradición rosso e bianco de los coches de Maranello en otras disciplinas del automovilismo en las que ha participado Ferrari, cualquier tifosi con dos dedos de frente sólo pediría que de volver a los orígenes, que sea sobre el bellísimo rosso corsa, y no sobre el cereza Marlboro.