Max continúa marcando su territorio y aunque, en el conteo general, todo esto venga a suponer lo mismo de aburrido y predecible que ver a un macarra ebrio en una guardería, toca confesar esta tarde que es una delicia verle dominar así, incluso contando con la cagada de Aston Martin que nos ha impedido disfrutar de una master class como la que nos regalaron el holandés y Fernando hace unas horas.
Mónaco siempre resulta complejo de tramitar, y esto es algo que aleja cada vez más a los viejos del lugar de la chavalería ligera, que anda ahora mismo buscando estímulos en la IndyCar o la NASCAR, y cometiendo el peor pecado de todos: comparar...
No hay nada que comparar, y la cita en El Principado es la mejor muestra. Tal vez quede mucho por hacer, pero ni la Fórmula 1 ni sus seguidores están ahora para este tipo de esfuerzos.
En fin, Fangio dominó de cabo a rabo el Gran Premio de Mónaco de 1950, que para más bemoles estaba tasado a 100 giros. Arrancó desde la pole y salvo la interrupción de los primeros compases [La ola de Tabac], de allí pa'lante, que decía aquél. Alberto Ascari partía quinto en parrilla, el agua le quitó de en medio algunos rivales y desde el reinicio, y salvo un par de intercambios de posiciones con Villoresi, terminó en esa misma plaza. Chiron tardó media carrera en auparse a la tercera casilla, y posteriormente se benefició del abandono del de Ferrari por fallo en la transmisión... La carrera también habría resultado un truño para los estándares modernos.
Hay cosas que no entendemos porque ni nos molestamos en hacerlo. «Sin compasión» era antes un término elogioso y ahora resulta peyorativo quizás porque se ha abusado tanto de ensalzar a Senna que tenemos las papilas gustativas totalmente saturadas y nos da lo mismo que nos sirvan un buen cocido hecho al fuego que una fabada La Asturiana calentada al microondas. Verstappen ha vencido sin compasión en Mónaco pero no andamos para valorarlo en sus justos términos.
Será eso. Os leo.
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