sábado, 27 de mayo de 2023

Actors Studio [#BlueTrain/114]


Del primero al último integrante de una parrilla en La Sarthe, incluso los que lo intentaron y jamás lo han conseguido, son actores en busca de un papel protagonista, tipos que ya retrató Pirandello, Steve McQueens en potencia después de que el de Indiana nos brindara aquella pieza maestra que se tituló Le Mans.

Lo cierto es que el mundo del cine ha sabido buscarse muy bien las alubias en las 24 Horas y nos ha regalado visitas extraordinarias. A Michael Fassbender no le fue demasiado bien, pero sí a Jackie Chan como propietario de escudería y a Patrick Dempsey como owner y piloto. Ni hablar del gran McQueen, que supo convertir la prueba de 1970 en espectáculo telonero de su película; ni de Paul Newman, cuyo afán por desvelar el sueño de Joanne Woodward lo llevó a pisar podio francés en la edición de 1979 [Furia de Titanes, 1979 (#LeMans 47)]...

Aparentar es una cosa e interpretar resulta otra bien distinta, y haría bien Brad Pitt en meterse en el papel de piloto acudiendo a la llamada que han respondido otros antes que él, en Le Mans, por ejemplo, en vez de atender a las recomendaciones de alguien que a lo más que ha llegado ha sido a engañar a la Federación fingiendo que el porpoising le dañaba la espalda.

Hemos tenido héroes de pantalla, de domingo y palomitas, que asumieron en su momento que había mundos que los superaban pero, así y todo, cabía explorar, y lilas de esos que encontramos a patadas en cualquier esquina. Cada cual escoge dónde juega, faltaría más, pero no me molestaría en elegir la anacarada piel de la Fórmula 1 —honestamente lo digo—, y metía al ex marido de Angelina Jolie en un fregao de las dimensiones que supone rodar durante una jornada completa, 24 horas, con el pie a tabla y cambiando veinticinco o treinta veces de marcha por vuelta. Con buena o nula visibilidad, con las avellanitas a mitad de pecho o en la garganta...

Las 24 Horas siguen siendo el mejor escenario donde aprender el método Stanislavski, ese sistema pedagógico que enseña a los actores noveles que para dar bien en un escenario o frente a la cámara, se debe ser uno con el personaje, sudar igual que él, temer y amar igual que él, soñar o derrumbarse igual que él; en una palabra: asumir como nuestra una personalidad que nos es totalmente ajena.

Os leo.

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