No deja de tener su gracia que Lewis Hamilton vea con buenos ojos que la Fórmula 1 pueda desembarcar en África.
Ruanda fue elegido por el gobierno de Rishi Sunak como destino de deportaciones y sugerido por Israel como tierra habitable para los gazatíes desheredados. Parece un buen lugar para que nuestro deporte ponga en marcha su lavadora.
Después del genocidio de tutsis y hutus moderados en 1994 ha vivido bajo el monolítico mando del Frente Patriotico Ruandés, con Paul Kagane al frente desde 2000. Corrupción tolerable, alta tasa de alfabetización pero baja esperanza de vida, Ruanda es un país aceptable para nuestros estándares del primer mundo, básicamente porque, debido a su extensión, es uno de los más ricos en recursos de todo el continente africano y, lógicamente, mantiene lazos comerciales con las principales potencias del planeta.
Desconozco si puede pasar por sinónimo de África, lo que está claro es el interés de sus autoridades por mejorar su imagen ante el mundo y que se ha elegido la Fórmula 1 como vehículo adecuado para conseguirlo.
Stefano Domenicali percibe mucha seriedad en el posible Gran Premio de F1 en Kigali porque hay promesa de serias inversiones y nota un firme compromiso, y, bueno, Lewis ya se ve como Bob Geldof en Live Aid. No sé, a lo peor todo queda en un fino ejercicio de White Savior, unos selfies y fotos que compartir en Instagram en las que aparecen niños que no conocen la electricidad pero regalan alegría desinteresada y, que no falte, una despedida derramando lagrimillas y esperando al próximo reencuentro.
Gus me dice que si hay dinero detrás no hay más que hablar, pero mi amigo siempre ha sido muy negativo con estas cosas.
Os leo.
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