sábado, 17 de agosto de 2024

Antes


Para levantarme la moral, a veces me digo que tenemos merecido todo lo que nos pasa habiendo aceptado llamar Dakar a una carrera que ni discurre por África ni termina en la capital de Senegal, en la que, sin embargo, se sigue entregando como trofeo el busto de un tuareg —bereber nómada del Sahara—, y, como espectáculo, abunda sin sonrojo en las referencias al mundo icónico que creó Thierry Sabine y arrancó en París por primera vez el día siguiente al de Natividad de 1978.

Franquicia, me susurro al oído, como para calmarme. Se dispute donde se dispute este neodakar, sigo diciéndome, se continúa denominando como el antiguo porque bebe del mismo espíritu aventurero que alentó sus míticas primeras ediciones... ¡Espera! Sí, ¡espera...!

La Fórmula 1 también podría pasar por una franquicia de la tradicional si no fuera porque el espíritu original de la competición queda ya muy a desmano y se mancilla a la menor oportunidad. En la actualidad se corre gestionando las gomas o las unidades de potencia, o el tráfico, o para cumplir escrupulosamente el Reglamento o satisfacer las exigencias del ingeniero de pista en cuanto caen cuatro gotas, pero no para alcanzar la inmortalidad, como antaño. 

De los temas de la inmortalidad ahora se encargan los departamentos de relaciones públicas y mercadotecnia, y la prensa amiga —de la enemiga uno no puede fiarse nunca—, cuando antes el aficionado la percibía en la seguridad al volante ante cualquier maniobra o adversidad, en el arrojo para mantener el acelerador a tabla más allá de lo recomendable o en cómo se acariciaban o besaban las curvas hasta congelarlas en el tiempo y el espacio. 

Antes es un adverbio bonito, precioso, si me lo permitís, porque evoca un mundo de sensaciones en el que no hacían falta ni telemetrías ni cámaras onboard ni toneladas de datos, que ayudan a ocultar que nuestro deporte está en manos de egos sobredimensionados que, con suerte, vieron la misma Fórmula 1 que los de mi edad pero pensaron que podían mejorarla a base de agenda y talonario, hacer pasillos y pisar la moqueta de los despachos adecuados.

Os leo.

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