miércoles, 22 de mayo de 2024

Todo listo


Más sabe el Diablo por viejo que por diablo, y conviene no olvidarlo...

Cuando las penumbras ganan a la luz y las dudas se agarran a la piel y no se sueltan, apetece mecerse en los versos de mi compatriota Guzmán de Arratibel: «No rompiste nada, mi vida / Acaso el sol confesó a la luna de mayo que la envidiaba / como el otoño envidia a la primavera.»

La niebla hizo presa de Indianápolis el martes pasado y, días después, Scott Mclaughlin se acabó llevando la pole aunque la guerra empieza y termina este próximo próximo fin de semana, cuando la posición de privilegio apenas servirá de anécdota porque entre la salida y la meta hay un universo largo de distancia.

Casi una península, un Bilbao Sevilla a toda pastilla, con el pie a tabla y los ojos en los retrovisores. 500 Millas rodeado de rivales y el ruido de sus espadas golpeando los escudos de madera. Un océano sorteando los hierros de sus lanzas y rezando para que todo acabe bien. Rezando siempre, porque una vez arrancas en el óvalo resulta crucial saber rezar y encomendarse a Dios o a Satanás, cruzar los dedos o acariciar la pata de conejo sintética, el amuleto, la medallita, la estampa de San Perejil nonato o el pañuelo prendido del aroma de tu cuerpo, tu perfume o el salitre que nos embriagó cuando mirábamos juntos el mar rompiendo en la arena, todo eso y más con tal de poder llegar sin que el Team la joda, sin que el spotter se equivoque, sin que tú la líes, en una palabra, sin que la diosa Fortuna te coja inquina en un arrebato loco.

Le Mans, Mónaco y las 500 Millas. La dureza de la vida plasmada en una carrera, tasada a equis vueltas en las que lo importante es creer a cada instante en uno mismo, donde nada cuenta hasta que cae la ajedrezada.

Os leo.

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