sábado, 27 de agosto de 2022

El último de la fila

Por muchos años que lleve aplicándose, sigue sin caberme en la cabeza que los paganini de los cambios de componentes sean los pilotos, y por ende, el espectáculo y nosotros.

Entiendo que hay límites a respetar por el bien de la equidad, la economía y la santa y sana competición, pero la herramienta es competencia de los equipos y, en justicia, deberían ser ellos los que tendrían que pagar los excesos, cualquier exceso, y la fiesta correspondiente, que la carne es débil y podría ser que alguno se subiera a la parra y anduviera cambiando elementos a troche y moche con tal de que su conductor estrella dispusiera siempre del mejor material.

Sí, sé perfectamente lo que acabo de escribir. Parece un contrasentido pero en ningún caso lo es, de hecho lo vengo repitiendo cada cierto tiempo desde que se impuso el sistema de penalizaciones en 2014: todo esto consiste en impedir que el mejor piloto tenga el mejor coche en carrera, lo que, ya en su día, aseguraba que quien disfrutaba de mayor fiabilidad en el monoplaza se columpiara ante el resto alejado de las sanciones en parrilla. 

No tengo datos pero tampoco dudas de que supone un made in Brackley de libro, una forma como otra cualquiera de construir artificialmente un dominio hegemónico, que, sinceramente, como concepto ya va muy pasado de vueltas.

Max ha firmado una pole sobresaliente en Spa-Francorchamps pero saldrá mañana desde donde Brian perdió la sandalia, como si en vez del tío más rápido sobre la pista fuese un parvulito que ha hecho trampas en el recreo. Luego tendremos a los cenutrios de siempre preguntándose por qué el aficionado no entiende nada y todo es tan complicado, y, honestamente, confieso que esta parte es la que peor llevo.

Os leo.

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