miércoles, 18 de mayo de 2022

Cultura Ferrari

No sé cuándo entró definitivamente la sangre futbolera en las venas de la Fórmula 1, aunque si sé que avisé, long, long ago, que llegaba llamando hooligans a los demás e imponiendo cosas del respeto y el amor incondicional a los colores, y criterios de selección natural que pasaban por valorar qué piloto o equipo sumaba más puntos, más hitos o más títulos, o más récords.

Adornado con máximas sacadas de contexto y frases buenistas que podían firmar Deepak Chopra o Paulo Coelho, su veneno se abrió paso entre nosotros y llegó hasta la cocina, para, un poco como hacen mis cuñadas en el día a día, decirnos de qué arbol y qué rama, y a qué hora, por supuesto, debemos ahorcarnos.

No hay Dios que evite sus discursos y peroratas en redes sociales o en cualquier sitio donde escriban o hablen, y en cuanto a Ferrari, se nota enseguida que son el mejor ejemplo de colonización anglosajona y su cultura del winner & loser: son de La Scuderia porque da puntos de Carisma, aunque a la hora de la verdad declinan sufrir a su lado porque la pupita no va con ellos.

Tenemos la mejor pareja imaginable, un coche más que potable, pero viene Red Bull y nos va a comer porque llegarán las peoras, porque Carlos no está a la altura, porque Charles no es para tanto, porque basta ponerse un avatar con Michael Schumacher vestido de rosso para pasar por tifoso y ligar un poco. Ser segundo es ser el primero de los perdedores, dicen.

Os leo.

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