Suena la irrepetible Marie...
En Arabia Saudí, Max se entregaba a su RB21 como hacen los amantes que hablan en francés entre las sábanas, ya que sirve lo mismo para declarar una guerra que para escribir con sangre una confesión de amor eterno. Mon amour, mon ami.
Gastamos las palabras y se olvidado el significado de la voz comunión, esa alianza íntima que se establece sólo entre algunas contadas personas, ese vínculo estrecho que, en ocasiones tan especiales que se pueden contar con los dedos de una mano, conecta al piloto y su vehículo, como hace escasamente unas horas hemos percibido removiendo el aire y rebosándolo de aromas que recordaban tiempos lejanos, en el instante en que el holandés circulaba por la ratonera de Jeddah buscando atrapar la pole, haciendo que pareciera sumamente sencillo arrancar un milagro de una fina línea negra rodeada de duras protecciones.
¿El coche?, ¿sólo el coche...?
Hay que confiar mucho en el monoplaza para que, a la postre, sólo sea el coche, o las circunstancias, o la suerte o el abismo donde habitan las estrellas. Hay que estar hecho de otra pasta para ser tan generoso cediendo el protagonismo a un cachivache con cuatro ruedas, que, sin un Verstappen en el habitáculo, por ejemplo, carecería por completo de intención, arrojo y alma.
Os leo.
1 comentario:
Nos estamos perdiendo un duelo de leyenda con su único rival escondido en el fondo de la parrilla.
Publicar un comentario