Me temo que estemos a dos telediarios de que Maranello reciba algún mensaje anónimo que acuse a La Scuderia de sabotear a Hamilton [La policía no encuentra delito en el correo que acusa de sabotaje a Mercedes].
Tanta es la insistencia del británico en mostrar lo incómodo que se encuentra con su vehículo, que, como Vasseur no tome pronto cartas en el asunto, en nada algún aventado se creerá con derecho a intimidar a Ferrari para que arregle la situación del heptacampeón del mundo, que ni tan mal si mejora también la de Leclerc, aunque no creo que éste sea el fin último de tanta lágrima y tanto gesto cabizbajo.
A ver, Lewis siempre ha destacado por sobreactuar como si se hubiera puesto de vodka hasta la coronilla, sobre todo en los momentos chungos.
Invariablemente, sus episodios de bajona son tristes de cojones, oscuros, tremendos, dramáticos hasta decir basta, a lo Sarah Bernhardt cuando interpretaba papel en una tragedia, para que nos entendamos. Diría que el de Stevenage continúa encajando fatal la frustración y llevándola peor, aunque seguro que Matt Bishop nos lo adorna con alguna alusión al complejo temperamento de los astros del volante, al peso de la propia leyenda del aludido, a lo autoexigente que nos ha resultado el chiquillo, o, acaso, a esa inmadurez que aflora en todo héroe, que, por fortuna, en el caso del hijo de Anthony suele pasar rápido para dejar espacio a la luz del sol.
Es curioso. Hace unos meses escasos habría pensado que Hamilton está llamando al séptimo de caballería, la prensa, su gran aliada, pero, tal y como están las cosas de la rossa en el campeonato 2025, me da que los plumillas no podrían hacer nada, ni aunque hayan oído la llamada y pretendan echar una mano.
Mal que queramos, la cosa este año parece que va sólo de Lando, Oscar y Max, y nada indica que haya hueco para rabietas ni para coger aire y dejar de respirar, menos si cabe cuando la italiana es cuarta en la tabla general de Constructores tras cinco carreras, y Charles sigue mostrando un excelente nivel de adaptación al SF25 y las zancadillas que le ponen desde el muro en cuanto se descuida.
¿Hace bien Lewis...? ¡Desde luego, faltaría más? Otro asunto es que la llantina sea escuchada por la gente adecuada antes que por los del gatillo fácil con los anónimos, o aquellos que no atienden a que, demasiadas veces, suele ser peor el remedio que la enfermedad, sobre todo cuando las soluciones se abordan en caliente.
Os leo.
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