sábado, 5 de abril de 2025

Siempre nos quedará París


Del ayer se continúan extrayendo sabrosas píldoras aplicables al fugaz presente, o, ya puestos, tal y como insinuábamos el otro día, lecciones que desvelarán su utilidad en ese futuro que ni somos capaces de imaginar aún... 

Como se sirven en grageas —que habremos de tomar leyendo antes el prospecto, atendiendo a las salvedades y los efectos secundarios, a si estamos embarazados o no, así como a no pasarnos con la dosis diaria recomendada, etcétera—, estas enseñanzas, obviamente, no se dispensan sin receta y las prescriben los verdaderos expertos con sus años de experiencia y su sabiduría a cuestas.

No hace mucho, a pesar de que seguramente no lo recordáis, este florilegio didáctico sostenía rotundamente, entre sus numerosas frases huecas para triunfar durante un fin de semana de carreras, que ningún piloto está por encima del coche que conduce...

Y bien, la saeta envenenada iba dirigida a cierto bicampeón asturiano al que no debo mencionar; pero veníamos hablando de las lecciones del pretérito y de los boticarios que han crecido en número como setas en otoño; de cómo el pasado, a veces, nos atropella sin contemplaciones; y del dolor que ha podido producirles esta mañana, en Suzuka, comprobar cómo Max Verstappen es de esos escasos ejemplares que niegan cualquier afirmación, como el nieto de María Luisa, que son capaces de asaltar la pole para el Gran Premio de Japón lo mismo que William Wallace lideró a sus hombres en Stirling Bridge.

Como concepto: todos los pronósticos hechos añicos en 12 miserables centésimas, eso y Siempre nos quedará París...

Os leo.

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