domingo, 17 de julio de 2022

El 38 y su relato

Nuestro deporte es demasiado rico y hermoso como para dejarlo en manos de los turistas de la historia, la FIA y su ortodoxia, o para consentir que sea engullido por las gilipolleces y homenajes promovidos por Liberty Media a cuenta de cualquier chorrada.

Si no puedes hacer sentir a una persona el profundo amor que sientes por ella con una mirada, un gesto, una inflexión de voz o la caricia aterciopelada de dos o tres líneas bien dedicadas, ahórrate escribirle treinta páginas y mucho menos advertir a su comienzo que son literatura, un relato, básicamente porque todo lo que nos rodea es composición y relato, nuestra memoria lo es, y sí, también esa Historia con mayúsculas que da tanto miedo tocar, no sea que se nos venga abajo incluso la etimología incierta atribuida por Corominas a la palabra bacalao, todavía vigente.

Cuando Jero me propuso viajar de la mano de Colin Chapman hasta el Lotus 78 y su innovador efecto suelo, ambos sabíamos que el trayecto podía ocuparnos varios episodios, no por lo profuso de la trayectoria de Lotus Team sino por la cantidad de preguntas que no se han hecho o se propusieron erróneamente en su día.

Nominalmente, el Lotus 38 (1965) forma parte del linaje del que bebe el 49 y nos llevará años más tarde al 72. Motor trasero en Indianápolis, la gran innovación, ya sabéis, pero había más, en realidad siempre hay más. 

Chapman se enfrentaba a un mundo desconocido y apasionante que podía encarar con su genialidad y poquito más, porque el resto eran más o menos habas contadas. 

Era conocido pero no temido, lo que facilitó que no intentaran arrancarle las alas como hicieron en Fórmula 1 a partir de 1980. El ámbito era favorable al milagro y el británico lo entendió antes que nadie; y triunfó, claro...

Resulta paradigmática la escasa relevancia que se da en nuestro catecismo a factores que no encajan en la lectura oficial, pero, sin embargo, tienen una influencia tremenda en la actividad, su desarrollo y sus logros técnicos y humanos, o la tenían, mejor dicho. El caso es que Jero y yo parece en el vídeo que nos vamos por los Cerros de Úbeda hablando de Resistencia y brevemente de la Indy 500 —tampoco es que hiciera falta abundar más—, pero pronunciar la palabra Indianápolis, y más la de aquella época, resulta crucial para entender el relato y cómo el Mago de Richmond encontró su magia y la hizo valer en años posteriores.

Os leo.

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