Por lo general todas las hinchadas son iguales en lo bueno y lo malo, lo que las hace diferentes es el tipo de vendedor de costumbres que nos coloca el género desde su púlpito.
Bien, los ingleses tienen unos colocadores de género magistrales, cabe reconocerlo, y, además, cuentan con la ayuda de cuantos special one existen en el orbe y creen que el mundo del deporte es como lo narran los isleños pues de eso saben más que nadie. Luego llega Paco con la rebaja y nos damos de bruces con la cruda realidad, y asistimos a espectáculos lamentables como el que pudimos disfrutar ayer tarde en Silverstone: pitidos y abucheos a Max Verstappen en el circuito, excesos y pecados de todo tipo en redes sociales, y, claro, la culpa es de la afición...
Obviamente, también tenemos responsabilidad nosotros —yo quizá menos pues llevo golpeando este mismo flanco desde 2007—, que compramos el amor al deporte por encima de deportistas y equipos, que alabamos el fair play aunque puteen a los nuestros como si no hubiera mañana, que nos adornamos en público de cualidades que se destartalan en cuanto no nos sentimos observados.
En fin, en Silverstone también había gente que no comulgó con el comportamiento exaltado de sus compañeros de grada y sienten por Max un rechazo frontal. Aceptaron de mala gana el resultado de la clasificación porque el piloto de ese color del que usted me habla superó a Russell pero no supuso una amenaza para los hombres de Ferrari y Red Bull, y, en una palabra, gestionaron su frustración de una forma sana...
Desgraciadamente, de ellos no hablarán hoy los vendedores de motos, pues para sus homilías edificantes resulta más interesante y productivo tratar a la afición como si fuese una masa homogénea, cuando no lo es ahora ni lo ha sido nunca.
Os leo.
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