viernes, 1 de noviembre de 2019

Fuera de juego


«Fue en 075 cuando los estamentos dirigentes decidieron suprimir el balón. A partir de este momento, el jugador, para marcar el gol, debía penetrar personalmente en la portería. El nombre de fútbol desapareció, el nuevo juego no tenía que ver nada con él. Debo ser uno de los últimos que recuerda todo aquello. Es una lástima. Fue un hermoso deporte...»

Casualidades de la vida, en un pasatiempo de esos tontos en los que compartes durante una semana las películas que te han marcado de alguna manera, me referí ayer a El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse), cuyo guionista es el tristemente fallecido Claude Klotz, más conocido como Patrick Cauvin en su faceta como escritor. Bueno, esto no lo sabía hasta que me he puesto a brujulear un rato sobre la bendita película que protagonizaron en su día el también desaparecido Jean Rochefort y Anna Galiena, y cuya brutal banda sonora está firmada por Michael Nyman.

Cauvin... Cauvin colabora con Enki Bilal en un cómic que guardo como oro en paño y creía descatalogado (Hors Jeu), pero que gracias a Norma sigue nutriendo el mercado de obras creativas que además de permitirte disfrutar te dejan pensar, un lujo asiático cada vez más escaso.

Y bien, resulta que en la ficha editorial tenía todos los ingredientes que me habrían permitido escribir esta entrada sin echar el rato en internet, pero como en todo viaje lo importante es el trayecto, he dado por bien empleada la circunvalación que he tenido que dar a la Tierra para acabar dándome de bruces con lo obvio... En todo caso, no importa demasiado. Lo he pasado bien y eso sí que es importante, porque Fuera de Juego supone una inquietante reflexión sobre el deporte y su sentido, y cómo el espectáculo acaba devorándolo...

Os ahorro las molestias de largar más de la cuenta. A la vuelta del verano charlaba con Miguel sobre el futuro de la Fórmula 1 y yo le decía a él que en nada dejaremos de reconocer las claves de lo que ha sido nuestra disciplina durante décadas.

Avanzamos hacia un lugar ignoto y una de las mejores muestras la tenemos en la importancia cada vez menor que tienen los circuitos. Antes eran escenarios únicos, iglesias, catedrales donde sucedían cosas, que diría Mariano Rajoy, en los que era posible acceder a una información vedada al resto de seres humanos, aunque para ello hiciera falta tener hígado de acero y aguantar más allá del tercer gin tonic. Pero todo eso es pasado, mal que nos pese. Van a desaparecer los viernes de entrenamiento por economía y porque el público no los necesita. El aficionado manda, y por muy tiesos que nos pongamos, el usuario es ahora habitual de las redes sociales, de los streamings, de manejar una cantidad de datos que para sí hubiese querido tener a mano Colin Chapman en vida.

No sé en qué consiste ese horizonte. Tampoco me preocupa demasiado saberlo porque no estaré por aquí. En todo caso, me parece interesante que recordemos que aunque el futuro no nos guste, en realidad nunca ha tenido por qué gustarnos. El mañana no pide permiso, se impone...

Cauvin, Bilal... Os leo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entre asombrado y divertido, el fornido varón neanderthal observaba al forastero, un sapiens que intentaba cruzar su territorio. Hombrecillo extraño, contrahecho y debilucho, reflexionaba el local. No pasará el invierno, se lo comerá dientes de sable.

Pues no solamente volvería al tiempo para exterminar hasta el último de los tigres, sino que acompañado de la horda más numerosa que nehandertal haya visto en su vida, expulsaría a su tribu de las tierras, y los condenaría en poco tiempo a la extinción.

Lo que tiene enfrentarse al futuro, uno no lo ha visto llegar. Qué hacer cuando nuestro paradigma tambalea?

Hoy discutía con alguien si son mejores los grandes pilotos, o las grandes escuderías. Qué ningún tiempo pasado ha sido mejor, y tal. Obviamente, cada quién con la suya. Yo pidiendo un retorno a las fuentes para no dormirme a media carrera, él afirmando que no había de qué preocuparse y que la F1 está buena buenísima así tal cual.

Me estoy yendo largo, lo siento. Y me vino a la mente el ajedrez. Cuando era niño, caminaban la tierra los grandes maestros. Y eran legendarios sus enfrentamientos, y había publicaciones especializadas que desmenuzaban las grandes partidas de la historia. Una pequeña industria hecha por humanos, que contaban las proezas de otros humanos únicos y especiales que movían divinamente los trebejos.

Hasta que un día, Karpov conoció al ordenador Blue Deep de IBM. Treinta años ha. Y así fue como el silicio aplastó la soberbia del más especial de los humanos que sabía entonces mover divinamente los trebejos.

Acabo de leer que ya no es posible ganarles. A los ordenadores. Incluso la versión de ajedrez para móviles puede derrotar a un gran maestro.

Cómo se puede convencer a un niño de ir a clases de ajedrez, si aunque invirtiese dos décadas estudiando, jamás podría derrotar a su smartphone?

Qué pasará cuando nuestro coche conduzca mejor que nosotros? Cuando AI, la inteligencia artificial cuide de nuestras vidas allí en la carretera mejor que nadie en la historia? O cuando un consorcio militar desarrolle la maquinaria autónoma más experta en exterminarnos, con la limpieza y eficiencia jamás soñada por el peor loco entre los tiranos.

Si la F1 es el pináculo del deporte motor y su esencia la velocidad, cómo puede aceptar la imperfección humana un ordenador que calcula la estrategia ganadora? El piloto, será cada vez más un impedimento.

Sapiens, disfrutemos el tiempo que nos queda. El futuro ya viene a por nosotros.