miércoles, 28 de marzo de 2018

Carlos y el karma


Por fin he conseguido ver el programa que recientemente dedicó Bertín Osborne a Carlos Sáinz, y a pesar de mi falta de sintonía con el gigante que canta rancheras, le reconozco que cuando elige bien a sus invitados sus historias salen redondas, por él y por ellos, para qué vamos a andarnos con chorradas.

Bertín comparte nombre con uno de mis mejores amigos de infancia y primera juventud, Norberto Peñalba, y es grande a su manera. El caso es que tiene un mérito tremendo dejar que Carlos padre, Carlos hijo y Luis (Moya) salgan vivos de una emboscada cómoda. Aquí me arrodillo ante Osborne, y sin complejos, ya que en el permitir que los demás sean como son, el delineante, el maestro titiritero, tiene a su cuenta la parte más importante: dejar ser como es al entrevistado, el protagonista, a quien quiere conocer el espectador. Y si el bendito programa daría, en cuanto a calado, para cuarenta o cincuenta entradas como ésta, me quedo con dos matices: el espacio que respeta el progenitor a su crío, y el respeto que devuelve éste al que sin duda es su ídolo por encima de todo...

Hay más cosas. Reyes ha favoriteado o retuiteado alguna de mis muchas tonterías escritas sobre su chaval, pero doy por seguro que entenderá primero que nadie que ponga en valor cómo pronuncia el Carlos de esta entrada el nombre Isabel, su compañera. Soy padre antes que nada y me muestro especialmente sensible ante estas cosas, qué queréis. Carlos, Carlitos, es carne ante todo y esto es algo que se nos olvida pero que yo agradezco como agradecen los náufragos la visión de una costa cercana en mitad de la noche y los relámpagos de la tormenta.

No resultó bueno el Gran Premio de Australia para nuestro zagal. Problemas físicos que por fortuna pudo superar dentro de su vehículo, dieron al cabo para cosechar un miserable punto. Yo me pregunto cuántas veces pensó en Isabel, en su madre o su padre, mientras su estómago se revolvía y él seguía dale que dale agarrado al volante, peleando por lo que quedaba de pista. Hay otros que piensan que el madrileño cobra lo suficiente por hacer lo que hace y que con eso basta, y lo respeto aunque no lo comparta. 

El pundonor tasa a la baja, mayormente porque muchos de los que esquivan o arrinconan este término no saben ni qué significa. El domingo pasado, Carlos desempeñaba su trabajo en las peores condiciones y esto bastaría para levantarle un altar si no fuésemos necios de remate, insolventes, intelectualmente hablando. Gilipollas, por sintetizar.

Lamento en el alma que mi huso horario marque que no estaré aquí para poder escribir a diario sobre este fenómeno más allá de este año. Maldigo no saber quién le defenderá cuando yo lo deje. Carlos es un puto diamante en bruto, inteligente en pista, capaz de decir a cámara que cuando chiquillo, madrugando para ver a Fernando, escuchando a Antonio Lobato, en vez de inclinarse de mayor por ser imbécil o troll en redes sociales, decidió que algún día sería campeón del mundo de Fórmula 1.

Isabel, la altura de miras; Carlos, y el karma que siempre busca el equilibrio... y yo que os leo.

1 comentario:

Ángel Rodríguez dijo...

He vuelto esta gran entrada y a querer hacerme el tonto, a pensar que no pillo la metáfora.
Prefiero seguir en la ignorancia activa pero aprovecho la ocasión para decirte que te has ganado el respeto y el cariño de muchos como yo que no te conocen. Así que un abrazo muy fuerte y los mejores deseos