Sacando de la ecuación la necesidad que sienten algunos de mostrar músculo histórico todavía hoy, afirmando que llegaron primero o contribuyeron más, la saga que estoy dedicando en Nürbu al Gran Premio de España consiste, fundamentalmente, en que asimilemos que San Sebastián y la parte que le tocó del pastel, fue el síntoma del buen estado de salud que gozaba el automovilismo deportivo en aquella lejana España de comienzos del siglo XX.
Existen errores de apreciación, inconsistencias, y algunas equivocaciones que se han perpetuado con el paso del tiempo, pero lejos de ser escollos insalvables suponen matices que enriquecen nuestra historia deportiva y la dotan de personalidad, pues el mundo de las carreras se estaba construyendo en toda Europa y Estados Unidos, y ni éramos diferentes ni se deben pedir peras a un olmo.
El factor económico fue clave en esta aventura, y olvidar esta peculiaridad es simplemente pecar de clasismo rancio. En nuestro ámbito se buscaba rentabilizar inversiones, fomentar ciudades y regiones con fines turísticos, etcétera, pero dentro de un esfuerzo mancomunado del que, en toda lógica, destacaban los Grand Prix de la época.
En fin, el Crac del 29 y la inestabilidad política iban a marcar indeleblemente los primeros años de la década de los 30 del siglo pasado, fruto de lo cual el VIII Gran Premio de España no se celebraría hasta 1933. Para ese instante los organismos internacionales ya habían comenzado a mejorar sus criterios y gozaban de mayor autoridad que antes. El Lasarte-Oria todavía iba a tener mucho que decir y escribir en esta nueva etapa del automovilismo, y espero que lo veamos en las siguientes entregas de esta serie.
Os leo.
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