A ciertas edades conviene permanecer alerta con tal de no dejar pasar esos milagros que la vida todavía guarda para ti...
Ayer sucedió uno en el previo a la retransmisión del Gran Premio de Ciudad de México. Martin Brundle se disponía a conducir el BRM P153 que permitió a Pedro Rodríguez alzarse con la victoria en el Gran Premio de Bélgica de 1970, y en cuanto la tonalidad bistre dominó la pantalla supe que ¡iban a hacerlo! porque los ingleses manejan la nostalgia como los malabaristas sus platos chinos.
En la sesión de fotos posterior a la clasificación, por ejemplo, alguien consideró que no suponía nostalgia adecuada el escudo de Ferrari sobre el casco amarillo del menor de los Hermanos Rodríguez y, claro, le dieron la vuelta para que no afeara el trofeo a Max como poleman. Martin tuvo mejor suerte: Pedro condujo en Spa-Francorchamps un monoplaza prácticamente made in UK.
A lo que iba, que me desparramo. Brundle dentro del BRM soltando al volante cosas más o menos densas sobre leyendas, la muerte y el respeto, es lo más parecido al paraíso en el que vive buena parte de nuestra afición más rancia. El presente supone una cabronada. Eliges piloto y en nada descubres que naufraga como Vettel o Hamilton, o Ricciardo. El preterito es más clemente y acogedor pues está plagado de héroes y hazañas cuyo recuerdo proporciona siempre buenas veladas. Con el ayer no hay que molestarse en entender nada, basta añorarlo, afirmar que era mejor que lo que tenemos.
La melancolía y sus trampas. La nostalgia y el pasado perpetuo caminando de la mano...
Os leo.
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