Tranquilos, los boletines de esta tarde confirman que Stirling sigue en pista, recuperando terreno tras batallar unos kilómetros contra una neumonía grave para continuar muriendo de lo que morimos todos a su edad: de vejez, porque es eso lo que lo derribará fatalmente si definitivamente le fallan las fuerzas. Lo demás son pamplinas, corrección política, miedo a llamar las cosas por su nombre. Amén de una forma de encarar la realidad que jamás ha ido con él.
Con 87 años, Moss es un viejo adorable que lucha por seguir disfrutando de esa segunda vida que le regaló la diosa Fortuna un lejano 23 de abril de 1962, cuando disputando la Glover Trophy, estrelló su Lotus 18 disfrazado de 21 y, milagrosamente, salvó la vida para abandonar la competición activa.
La otra, su pasión, no la ha abandonado nunca. Ni en su segunda existencia ni en la primera, aquella que olvidó en Goodwood y había comenzado un frío 17 de septiembre de 1929 en Londres. Ni siquiera ahora. Quizás por eso Stirling ha parecido siempre un ser perpetuamente jovial.
Cuando se estrenó el actual formato de Fórmula 1 en 1950, era todavía un jovenzuelo que buscaba abrirse paso en la máxima disciplina del motorsport. Cuando debuta en el Gran Premio de Suiza de 1951, es un crío entre titanes que peinan canas o están a punto de peinarlas. A ver, 22 años frente a tipos como Farina, Villoresi o Fangio.
Cuando se estrenó el actual formato de Fórmula 1 en 1950, era todavía un jovenzuelo que buscaba abrirse paso en la máxima disciplina del motorsport. Cuando debuta en el Gran Premio de Suiza de 1951, es un crío entre titanes que peinan canas o están a punto de peinarlas. A ver, 22 años frente a tipos como Farina, Villoresi o Fangio.
Salvando las distancias, el hijo de Alfred venía a ser como Max Verstappen pero hace sesenta y pico años. Imaginaros...
Fogoso, voraz, ligero de cascos con las chicas, irrespetuoso pero a la vez leal con sus mayores, terriblemente veloz porque aún no tenía bien cogidas las limitaciones de la disciplina, el chaval es un demonio en pista, incluso temerario, y, fuera de ella, una esponja que absorve todas las historias, hazañas y gestas que le cuentan, que asiente ante los consejos que le dan aunque luego se los pasa por el forro de los pantalones porque por encima de todo quiere ser Stirling Moss, el Campeón del Mundo.
Pero la suerte, que tal vez ya tiene preparado entonces el regalo que le hará en abril de 1962, cuando dobla el volante de su monoplaza con la frente tras el impacto y entra en coma durante un mes largo para salir de él con medio cuerpo paralizado, le ciñe con la grandeza de ser el piloto que más pruebas ganará en su carrera profesional sin haber alcanzado a disfrutar ninguna corona mundial.
El segundón por antonomasia de la Fórmula 1, es, sin embargo, un gigante del automovilismo a quien nadie en su sano juicio negará jamás, que, como en el caso de Gilles Villeneuve, la fatalidad y los números no son capaces de empañar ni su indiscutible grandeza ni la huella grabada a fuego que ha dejado en nuestro deporte.
Era tal su aureola de chico malo al volante, que una vez —se dice—, tuvo que vérselas con un agente de tráfico que tras perseguirle y darle el alto le espetó sin reconocerlo: «¿Pero quién se ha creído usted que es, Stirling Moss?»
Sí, era y es Stirling, nuestro último gran héroe. Y Dios quiera que lo siga siendo al menos una década más.
Os leo.
Sí, era y es Stirling, nuestro último gran héroe. Y Dios quiera que lo siga siendo al menos una década más.
Os leo.
1 comentario:
El 99% de nosotros no llegamos, ni por asomo, a alcanzar la cima de nada. Por eso nuestros héroes deberían ser aquellos que se quedaron a un mínimo escalón de la gloria en papel (porque la verdadera gloria está en ser amado hasta la extenuación). ¡Qué gran entrada Jose!
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