domingo, 29 de enero de 2017

Cine, cine


Os he contado en más de una ocasión cómo alrededor de comienzos de los ochenta del siglo pasado, la facultad de Bellas Artes de Bilbao vivió una hermosa etapa de aperturismo docente. 

Los estudios tenían rango universitario aunque la sanción administrativa llegó definitivamente cuando acabamos el quinto curso. Íbamos para licenciados con nuestro COU y Selectividad a cuesta, íbamos a ser los primeros Licenciados en Bellas Artes del campus de Bilbao, y entretanto nos llámabamos «El Plan Nuevo» —¡tela marinera con esto!— y disfrutábamos como jabatos repartiendo nuestras horas, inquietudes y enseñanzas junto a artistas renombrados. 

El pintor Pedro Manterola era nuestro rector, Agustín Ibarrola enseñaba pintura, Ramón Carrera impartía plástica... Nos visitaron Jorge Oteiza, Néstor Basterretxea y Julio Caro Baroja, compartíamos profesores con la Universidad de Deusto, y era habitual, también, que a nuestro pequeño salón de actos llegaran profesionales cuyo nombre no recuerdo, que nos abrían de par en par las ventanas al mundo.

Uno de estos ponentes, hablando del futuro del cine y el ámbito audiovisual de la época, soltó una frase que me ha quedado grabada desde entonces: «Si tu vida no contiene un hecho que merezca un plano o una escena, es que no has vivido...»

Bueno, parece fácil de decir aunque no tanto de llevar a cabo, menos aún a la velocidad que consumimos todo lo que nos rodea. Quien más, quien menos, recuerda cosas importante que le han sucedido, que lo han marcado de una u otra manera, pero hacer una escena con ellas tal vez no sea muy buena idea porque en el fondo, tampoco son para tanto...

Cuando alguien me pregunta por qué soy tan arisco con la actualidad de la Fórmula 1 siempre recuerdo la frase que os contaba dos párrafos más arriba. No estoy hablando de hacer un video de unos minutos con un adelantamiento o un accidente en el que no sabes si lo que te turba el ánimo o te lo levanta es la cámara lenta o la banda sonora, sino de un fragmento con significado pleno que permita desarrollar una historia con un antes y un después.

Los actores de nuestro espectáculo son auténticos desconocidos más allá de la máscara con que interpretan sus respectivos papeles en los circuitos o en su poca vida privada que nos llega a nosotros, y admitámoslo: la ingeniería no da para buenos guiones. Hacer cine ahora con la Fórmula 1 se ha puesto bastante caro y no por falta de asuntos que tratar, sino más bien, porque el deporte se ha alejado del aficionado quizá para no poder volver.

Ayer, antes del inicio de las 24 Horas de Daytona, la organización abría el paddock y el bullicio allí resultaba asombroso. ¡Cuántas buenas historias!, pensé...

«Y el happy-end,
que la censura travestida en voz en off
sobrepusiera al pesimismo del autor,
nos hizo ver que un mundo cruel
se salva con una homilía fuera del guión.»

Os leo.

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