Las historias pueden ser buenas, malas o peores, y, desde luego, cada cual es libre de abonarse al tipo de calidad que más le apetezca, por mentalidad, por cultura o por sensibilidad. Lo que no es ni medio normal es que un guión que parece parido por un chimpancé borracho, alcance el rango de verdad absoluta simplemente porque los entendidos lo alaban.
Ha sido que Ross Brawn se ha puesto a hacer bolos para promocionar su libro recién publicado, y que los viejos fantasmas hayan salido de sus respectivos armarios, fundamentalmente en lo relativo a Ferrari, de forma que ha calado la sensación de que lo que sucedió en Maranello a mediados de los noventa del siglo pasado consistió en que una panda de amigotes que militaban en Benetton se juntaron para salvar La Scuderia.
Resulta sencillo imaginarlo:
—Oye, Michael, ¿por qué no sacamos a Ferrari del hoyo?
—Me parece buena idea, Ross. Voy yo primero y luego venís los demás...
Que Bernie y don Luca se han llevado a matar no es una novedad, lo que quizás sea algo más desconocido es que precisamente en esa época que estamos aludiendo, el incipiente negocio de la Bruja de Blancanieves necesitaba de un socio fuerte que tuviera capacidad transnacional y de una herramienta dentro de la Fórmula 1 que permitiera disipar de nubarrones el futuro.
El socio es Philip Morris (Marlboro) y la herramienta es Ferrari, y lo cierto es que durante aquella hermosa etapa de nuestro deporte, Montezemolo y Ecclestone beben del mismo plato, se hacen arrumacos en público y se dispensan mutuos favores a través de la FIA de Mosley, cimentando lo que será la década siguiente.
No es cuestión de aburrirnos con pormenores, así que metámonos en harina, ya que aquello no consistió en que la pandilla del segundo párrafo llega a Maranello y le dice ¡apártate, que ya lo arreglamos! a Luca Cordero. La cosa es más compleja, mucho más compleja, y obviamente, el de Bolonia no hace de tonto útil ni de chico de los recados, como se nos quiere hacer comulgar ahora. Más bien, es la inteligencia —una de ellas, mejor dicho— que hay detrás de aquellos sucesos. Existosos, por cierto.
Ferrari buscaba encontrar el poder perdido y recobrarse de la larga sequía de títulos que tiene vacías sus vitrinas. Para lo segundo, Montezemolo contrata a Jean Todt a finales de 1992 con la intención de que evalúe la situación y proponga una salida. Tres años tardará el galo en cumplir su cometido inicial. En 1996 llega una figura emergente que ya tiene dos coronas en su haber: Michael Schumacher, tras él lo harán Ross Brawn, Rory Byrne y otros elementos clave de Benetton...
Para lo primero, Montezemolo potencia la alianza de Maranello con Marlboro y se hace indispensable para Bernie. La FIA, simplemente hará lo que ha hecho siempre: favorecer los intereses del negocio.
En sentido estricto, desde la llegada de Todt (1993) hasta el Mundial de Marcas en 1999, la rossa ha invertido siete años. Ocho hasta que Schumacher se corona Campeón del Mundo en 2000.
Huelga decir que si hubo algún milagro, éste se tomó mucho tiempo y precisó de mucho esfuerzo humano, económico y político, antes de dar señales de vida, lo que desmonta la sensación de que aquello consistió poco menos que en llegar y besar el santo. Y antes, durante y después, por mucho que les duela a Bernie y sus acólitos, cabe recordar que allí andaba el chico de los recados italiano, haciendo buena una película cuya simplificación en manos de los abundantes Inda que prosperan en nuestros medios de comunicación deportivos, empieza a producir arcadas.
Os leo.
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