martes, 3 de enero de 2017

El río [#Nürbu 14]


El Nordschleife está esculpido en las montañas. La razón la encontramos en una extraña conjunción de astros: coches, ganado y atractivo turístico.

Las primeras carreras de la Eifelrennen promovida a principios de los 20 del siglo pasado por el Allgemeiner Deutscher Automobil-Club habían sido un completo éxito de público, pero los accidentes y las molestias ocasionadas por el ruido en la cabaña ganadera de la zona animaron a los responsables, autoridades y lugareños, a buscar una solución más segura y menos molesta, aunque nadie imaginaba entonces que Otto Creutz, gobernador de Adenau y presidente de ADAC, la encontraría alimentando la idea de un trazado totalmente nuevo, independiente de las vías de comunicación y, por tanto, alejado de los núcleos urbanos y zonas aledañas de pasto.

Nürburgring echa a andar en el verano de 1927 y cumple todos los requisitos. Es un circuito seguro y moderno para la época —Maese Castellá nos contaba en su blog que en los restos del Südschleife todavía quedan vestigios de los puestos telefónicos que usaban los comisarios para comunicarse en el caso de un accidente—. Su dibujo respeta los carriles de acceso a los pastaderos del ganado, la pista se adapta al terreno, baja o sube, pero la mayor parte de su recorrido atraviesa frondosos bosques, lo que supone contar con un fabuloso amortiguador de sonidos.

Pero el gigante de las Eifel no es nada sin sus aficionados, y mientras el circuito propone gradas y lugares seguros desde donde disfrutar del espectáculo automovilístico, estos van buscando alejarse de lo señalado para encontrar sus propias atalayas.

Y así se van colonizando laderas, cambios de rasante, entradas o salidas de enlazadas. Cualquier esquina es buena para disfrutar de lo prohibido. El sonido viene y va, pero para quien lleva el motor en la sangre es mejor atraparlo cuando amanece a lo lejos, se muestra en toda su intensidad por un breve espacio de tiempo y desaparece luego, audible más allá de la vista hasta apagarse definitivamente.

A lo largo de los años, la red de accesos de servidumbre para comisarios y servicios médicos, fue dando lugar a una extraña tela de araña de caminos, veredas abiertas entre la fronda y el barro, insinuaciones de pista para transitar a pie, que ha definido, a su vez, el mapa de las querencias de los aficionados, la localización de sus centros de culto, donde se escucha, huele y ve mejor que en ningún otro sitio del mundo, eso que no puede definir ni la mejor secuencia ni la mejor fotografía ni la mejor plumilla...

En esto no pensaron Creutz ni Adenauer, ni siquiera quienes les secundaron. El río de asfalto, una vez diseñado y llevado a cabo, cobraba vida, y una vez suelto, eligió los rápidos y los meandros donde hacerse oír por encima de la melodía dominante, y es ahí donde ha ido siempre el amante de los coches a comulgar en soledad, con amigos o familiares, con la vibración que produce la carrera en las Eifel: un estímulo indefinible que afecta a los cinco sentidos.

Os leo.

1 comentario:

pocascanas dijo...

Leo esto y pienso en los viejos circuitos ruteros de Turismo Carretera argentinos, donde se forjara -entre otros- el Chueco Fangio, con las familias a la vera del camino disfrutando de un asadito y con la radio prendida escuchando a Luis Elías Sojit relatando las incidencias de la competición...
Distintos lugares y distintos tiempos, pero la misma pasión fierrera.