Sueño con que el final sea igual que el principio aunque no sé si puedo permitírmelo. Vuelve a cumplir años mi abuela María y vuelves a evaporarte tú, diciendo adiós con la mano. Es veinticinco. Es enero...
Mañana dan por la tele El Retorno del Rey pero ya ha tenido lugar la batalla en los campos de Pelennor con los eorlingas aplastando las hordas de Mordor. Gondor goza de un pequeño momento de calma y el hobbit Pippin reflexiona ante Gandalf sobre la muerte, admitiendo que nunca pensó en este final.
Yo tampoco imaginaba que todo consistía en que las velas que nos han iluminado se fuesen apagando una a una, ni mucho menos que costase tanto encontrar nuevas con las que afrontar el camino. Como conclusión sólo puedo decir que el recuerdo de su luz ayuda tanto o más a no tropezar, pero admíteme que no sea consuelo, Lourdes.
En fin, Gandalf contesta: ¿Final? No, el viaje no concluye aquí. La muerte es sólo otro sendero, que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces, cuando se ve... la blanca orilla. Y mas allá, la inmensa campiña verde, tendida ante un fugaz amanecer...
No sé si Tolkien conocía la Toscana ni los abriles encantados, o si llegó a imaginar siquiera que las palabras que puso en boca del mago iban a entrañar tanto valor con el paso del tiempo. Quiero creer que fue así, que dibujó con su pluma un cabo guía trenzado con delicadas hebras de esperanza con el fin de que sirviera a otros.
Es veinticinco. Es enero, otra vez...
Yo tampoco imaginaba que todo consistía en que las velas que nos han iluminado se fuesen apagando una a una, ni mucho menos que costase tanto encontrar nuevas con las que afrontar el camino. Como conclusión sólo puedo decir que el recuerdo de su luz ayuda tanto o más a no tropezar, pero admíteme que no sea consuelo, Lourdes.
En fin, Gandalf contesta: ¿Final? No, el viaje no concluye aquí. La muerte es sólo otro sendero, que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces, cuando se ve... la blanca orilla. Y mas allá, la inmensa campiña verde, tendida ante un fugaz amanecer...
No sé si Tolkien conocía la Toscana ni los abriles encantados, o si llegó a imaginar siquiera que las palabras que puso en boca del mago iban a entrañar tanto valor con el paso del tiempo. Quiero creer que fue así, que dibujó con su pluma un cabo guía trenzado con delicadas hebras de esperanza con el fin de que sirviera a otros.
Es veinticinco. Es enero, otra vez...
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