domingo, 8 de octubre de 2017

Eso que tú tienes


La ausencia de Ferrari en la lucha por los primeros puestos y la situación que atraviesa Valtteri Bottas, están creando un clima de euforia alrededor de Red Bull que puede pinchar como un globo en cuanto las cosas vuelvan a su sitio.

No falta, obviamente, la parte que pone la prensa internacional a la hora de justificar como sea que Renault es la apuesta buena para 2018, aunque basta echar un vistazo a las últimas carreras y compararlas con las de la primera mitad de la temporada, para comprender inmediatamente que Milton Keynes sigue siendo la tercera fuerza en liza y continúa aprovechando como nadie los huecos que dejan libres Maranello y Brackley.

Desde luego Max ha hecho acto de presencia en el momento más indicado. Después de acumular abandonos como para llenar un balde, bien por fallos mecánicos, por precipitación o por simples errores de estimación, el holandés se reivindicaba en Sepang la semana pasada y hoy ha rematado la faena demostrando sobre el asfalto de Suzuka que tiene clase, temple y agallas.

La bala naranja no tiene miedo y es más listo que el hambre, bonita combinación cuando dejan en tus manos uno de los dos ejemplares de la tercera potencia de la parrilla. Vettel out, Raikkonen lejos, Bottas en su peculiar viacrucis, y la austriaca dispuesta a ganar unos buenos billetes en el Mundial de Constructores a cambio de dejar a sus chavales divertirse persiguiendo a Hamilton. No parece mal plan.

Cuando el tema de las dos paradas se ha ido a la porra y hemos pasado inevitablemente a una como previsión más aconsejable, he imaginado por un momento que la carrera iba a resultar un truño. No es que haya sido la alegría de la huerta, tampoco exageremos con esto, pero me ha dejado un buen saborcillo de boca precisamente porque competía en ella un piloto a la vieja usanza, muy similar en temperamento a aquellos con cuyas aventuras crecí.

El chiquillo de Jos no se rinde, no baja los brazos ni así le aticen. Oportunidad que ve, oportunidad que intenta apropiarse. Da lo mismo que luche por el octavo puesto, por el undécimo o por pillarle los calzones a Lewis disputando al británico la cabeza de la prueba, hoy, después del último relanzamiento. Los galones no le intimidan. Son él y sus circunstancias siempre, en la salida, mordiendo el polvo o viendo la bandera a cuadros...

Verstappen dispone de esa pureza que manifiestan los adolescentes que se sienten dueños del mundo.

Da igual que acierten o yerren, alimentan su magia a base de hazañas pequeñas o grandes a las que no hemos sido invitados. Nos queda mirar... y envidiar. Sobre todo envidiar mientras observamos desde lejos cómo el diamante se va cubriendo de facetas a cual más luminosa. Max será distinto dentro de unos años, por pura inercia —la experiencia nunca sale gratis—, pero mientras tanto podemos entretenernos imaginando que sabemos cómo es ahora, que somos capaces de aprehenderlo aunque conozcamos de sobra que a la mínima volverá a sorprendernos.

Os leo.

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