Pretendo publicar una nueva entrevista antes de que finalice el año y tengo candidato, es decir, la parte más complicada está hecha pues ya he clavado los Petzi en la roca y voy asegurando la cordada mientras asciendo, como me enseñó Iñaki, mi primer socio, quien se empeñó en sacar de mí el escalador que nunca he llevado dentro.
Seguramente no pasaré a la historia como aquel editor que bajo nombre ajeno entrevistó a sus colegas editores, a todos sus colegas editores, ni como el tipo que comenzó cobrando 500 pesetas (3 euros) por lámina doble terminada a la acuarela, como hacían todos los integrantes del staff gráfico de entonces, y acabó percibiendo seis veces más mientras sus compañeros habían subido a cinco por hacer lo mismo que unos años atrás. Nadie te paga por esa contribución al bienestar común y al respeto al trabajo realizado, la verdad, aunque si te descuidas hasta te buscas algún enemigo, que los tengo a paladas.
Tampoco seré yo quien dio con el Troll de Euskaltel y una tarde tomó café con él y con Ernesto, aquí, en el Light House de Gorliz, imaginando juntos la que se habría montado si Antonio no llega a cerrar la votación minutos antes de la hora oficial, pero en días como hoy escucho la voz de Rober pronunciando ¡Josete! con aquel tono gallego tan suyo, y sé que todo está bien y que lo que haga durante la jornada siempre merecerá la pena.
Huele a paz ahí fuera. Soy consciente de que me la he ganado, pero lo importante es el aroma del ahora...
No entrevisto estrellas ni influencers, lo sabéis de sobra. Me dedico a la gente pequeña y mediana que ha ayudado y ayuda a levantar el mundo, nuestro mundo, y da pie a los que leen y escuchan de todo y luego no han leído ni oído nada, los pérfidos halcones, a que construyan sus identidades públicas muy por encima de sus posibilidades —¡pobrecitos!—. Sé que nuestro próximo protagonista gustará a quienes no esperan otra cosa que conocer qué me encandila de cada Voight-Kampff test, pero lo seguiré dando por amortizado, siempre y cuando os ayude a vosotros a comprender que la F1 no se hace sola, y requiere de la contribución de personalidades gigantescas que aceptaron parar por minúsculas porque aman tanto esto que el casi anonimato les sigue saliendo a cuenta.
Os leo.
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