miércoles, 2 de octubre de 2024

Algunos hervores


Pediría algo más de equilibrio a la hora de valorar los asuntos que afectan a nuestro deporte, pero ésta sí que es guerra perdida porque la brecha que separa los dos mundos que conviven como afición a la Fórmula 1, la madurez y la inmadurez, está tan alejada una de la otra en 2024 como las laderas del Gran Cañón del Colorado en su parte más separada.

Estas dimensiones se irán abriendo aún más, como si lo viera, sobre todo si continuamos desatendiendo la raíz de las cosas y enredándonos en debates de si churras o merinas...

El problema FIA vs. Verstappen no consiste en si las palabras malsonantes sí o las palabras malsonantes no, sino en que la Federación ha decidido sancionar estas actitudes como si los veinte mejores pilotos del mundo fuesen veinte putos críos, básicamente porque lo sencillo sería anular los comentarios molestos vertidos por radio, o las comunicaciones completas pues forman parte del ámbito de privacidad entre conductor e ingeniero, o no volver a llevar a una rueda prensa al que no se tome en serio mantener un mínimo decoro ante los periodistas, o, en última instancia, tratarlos como auténticos millonarios adultos, que lo son, y meterles una buena sacudida al bolsillo de más de seis o siete ceros cada vez que pequen.

Yo estoy con Max, vaya por delante, porque tiene perfecto derecho a hablar como quiera dentro del ámbito de su privacidad y fuera de él, con ciertos matices, porque la sanción en Marina Bay me parece ante todo humillante, que es por donde no paso. 

A Lewis le bastó pedir disculpas cuando faltó al respeto a una azafata en el podio de China 2015, regándola con champán, y Sebastian se libró de la sanción correspondiente después de insultar gravemente por radio a Charlie Whiting en México 2016. 

¿Qué hace diferente a Verstappen para convertirlo en reo de trabajos para la comunidad por no contener la lengua? Ya os lo digo: Ben Sulayem es más infantil que una peseta de cromos, y un incapaz de tomo y lomo por no establecer un código de conducta como Dios manda y aplicarlo luego sin distingos ni contemplaciones, o acaso no son pecadotes imperdonables el The car is a shit de Hamilton en 2022 o el Change your fucking car! que dedicó Horner a Wolff y salió en Netflix.

Para sorpresa de todos también estoy con Fernando cuando ha recordado que el piloto tiene responsabilidades y conviene que muestre corrección dentro y fuera del coche. Coincido con él porque en la F1 moderna ya no tienen cabida actitudes como las de antes, y permitidme que no me extienda porque tampoco quiero acabar haciendo trabajos comunitarios al lado Max, los dos vestidos de mono naranja y con grilletes en los tobillos.

Eso sí, no quiero terminar esta entrada sin preguntar al aire porqué el Nano hace mal ahora siendo políticamente correcto y hacía mal cuando era políticamente incorrecto y, por serlo, se merecía las penas del infierno y alguna más... Es obvio que a más de uno le hacen falta varios hervores, y hasta me animaría a afirmar que aquí mismo tenemos la razón por la que nuestra bendita Fórmula 1 ha escogido como público objetivo a los más pusilánimes y flanderianos del catálogo.

Os leo.

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