domingo, 10 de marzo de 2024

Hacerse un Badoer


Resulta sintomático que el Concilio de Ancianos pierda pie en cuanto se ve obligado a salir de la infinita comodidad que ofrecen las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado. Sus integrantes acostumbran a quedarse sin contexto fuera de estas lindes y las anécdotas extramuros son siempre áridas, sosas, carentes del rosario de hazañas secundarias y aún terciarias que sustantivan la importancia que ellos mismos dan a la etapa gloriosa e irrepetible de nuestro deporte, donde todos debemos mirar al menos una vez al día.

Los nuevos aspirantes a cubrir las plazas vacantes ya conocen como la palma de su mano los setenta, los ochenta, y la década de los noventa y los primeros años dos mil; también los hay que profesan la fe de los cincuenta y sesenta, aunque son más escasos, y los considerados santones por todos ellos van todavía más lejos: nunca los verás en batallas actuales, mucho menos debatiendo con la hornada surgida de los fenómenos mediáticos más recientes —con el alonsismo ni cruzan palabra—, eso sí, de la antigüedad automovilística saben un huevo y la yema del otro, se hace pertinente reconocerlo, a pesar de que no se acercan ni por asomo a los pocos diamantes que por fortuna tenemos.

Este escenario variopinto da lugar a sus propios monstruos, y, por ejemplo, a la clásica alusión a que Niki Lauda afirmó en su momento que un moderno monoplaza podía ser conducido por un mono (sic), suele faltarle la recogida de cable a la que se vio obligado el astro austriaco tras hacer un trompo con un monoplaza del equipo que dirigía entonces [Niki Lauda comprueba que un mono no podría conducir un Fórmula 1].

Hay mucho material de este tipo y también mucho bocachancla suelto. 

A Lauda habría que sumarle a Jordan el irlandés, a Villeneuve hijo, a Schumacher hermano, a Berger y un larguísimo etcétera de cenutrios que, como referencias (sic) critican a nuestros pilotos desde la tranquilidad que da saber que jamás pasarán por un trago similar. Obviamente aguantaron más calor que el de Qatar 2023, sufrían más por centímetro de pista recorrida, mostraban más arrojo, lloraban menos y se vestían por los pies, bueno, ya sabéis de qué hablo.

El caso es que con el gran fin de semana de Ollie Bearman en Jeddah no han faltado ni el aficionado que quitaba valor al británico esgrimiendo en redes el bobo ¡con ese coche cualquiera!, ni la inevitable alusión a Luca Badoer por aquello del dato, ni el silencio cómplice de los que huyen de la actualidad porque se ven perdidos en ella.

Sí, es cierto que Bearman ha sido el primer piloto reserva en subirse a un coche de La Scuderia para disputar un Gran Premio después de que hiciera lo propio Badoer en 2009, pero la historia del italiano es tan tierna y nos brinda tantas lecciones que bien merece unas líneas. Os cuento:

Tras el accidente de Massa en Hungría 2009 Ferrari pensó en Michael Schumacher para suplir al paulista, pero el alemán adolecía de una oportuna contractura muscular que le impidió encargarse del marrón —no era listo ni nada el Gran Caimán—. A Badoer le tocó sacar adelante el desempeño, pero pasó tanto las de Caín en Valencia y Spa-Francorchamps, que tuvo que ser sustituido por Giancarlo Fisichella a partir de Italia y hasta el final de la temporada...

Ya termino. Ojito con la nostalgia, las frases descontextualizadas, los datos a palo seco y los héroes de cartón. Ollie y Luca se parecen en nada, y no creo que haya forzar las cosas para verlo.

Os leo.

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