jueves, 10 de marzo de 2022

Matar un ruiseñor

La chavalería sólo tiene ojos para lo que le brinda Netflix y pasa lo que pasa: que se pierde un montón de películas, algunas bastante buenas.

Cuando el Campeón del Mundo de Resistencia 2015 militaba en Red Bull, no andaba por ahí la plataforma norteamericana de streaming, aunque, a cambio, disponíamos de unos resúmenes de cada temporada, publicados por el FOM, que hacían palidecer de envidia a cualquier episodio de Benny Hill y la propia Netflix, se sobrentiende.

Webber, Mark Webber, venía de serie con un empaquetado desastroso: no era inglés ni alemán sino australiano; se decía de él que retenía su habitáculo por no sé qué intereses de la fábrica de bebidas energéticas en el país más grande y poblado de Oceanía; y a pesar de arrogársele la facultad de protagonizar los sueños húmedos de algunas bravas aficionadas a la Fórmula 1 de entonces, el hombretón estaba emparejado de manera estable con una mujer mayor que él, trece años, concretamente.

Entre el origen, el supuesto trato de favor de Dietrich Mateschitz, dios supremo de RBR y Faenza boys, lo de Ann Neal y que ya se abría paso la corriente femenina que no entendía qué tenían de especiales Jenson Button o él frente a los yogurines de la parrilla, Mark era el candidato perfecto para interpretar un loser de libro, y lo más peligroso de todo: para encasillarse en el papel a pesar de su contrastada bis humorística.

Webber tenía millones de veces más sentido del humor que todos sus detractores juntos, pero Herr Doktor Marko vio en el australiano la pieza que faltaba para edificar su templo a Vettel y allí mismo jodimos la marrana.

El austriaco, más listo que el hambre, que además de a Maquiavelo había leído Morfología del Cuento de Vladímir Propp, y conocía por tanto su propuesta de 31 funciones para toda estructura narrativa, convirtió al aussie en el contrapunto de la épica subyacente del astro de Heppenheim durante su etapa de esplendor, aunque, claro, vino Daniel Ricciardo en 2014 y puso las cosas en su sitio.

A lo que vamos, que me enredo. Nosotros veníamos de la épica de Rubens Barrichello en Ferrari, en Honda y luego en Brawn GP, y, obviamente, acogimos y arropamos a Mark porque hacía de «desgraciado», sin haberlo bebido ni comido, en el guión faraónico de Helmut Marko —puntazo para los secundarios perdedores de toda historia del automovilismo deportivo—, y disfrutamos como enanos comprobando cómo un piloto, sin conseguir alcanzar un miserable Campeonato del Mundo F1, fue capaz de romper la hostia de récords, nefandos todos ellos.

¿Fallos mecánicos?, el coche de Webber era el candidato perfecto. ¿Paradas criminales?, el universo se conjuraba en que un altísimo porcentaje le tocaran a Webber. ¿Estrategias equivocadas?, lo mismo, Webber se las llevaba todas, un decir... 

El terraplanismo, la chavalería y el antialonsismo, no entienden aún que buena parte del «asco» que cogimos a Vettel no se debía al astro asturiano, sino al modo en que Marko y Red Bull trataron a Mark Webber, pues habiendo mil maneras de matar a un ruiseñor, eligieron la más rastrera.

Os leo.

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