lunes, 2 de abril de 2018

Una de niños perdidos


Si no hablo de canguros después del Gran Premio de Australia no me quedo contento, así que para cumplir con la tradición vamos a echar el ratito siquiera para reseñar que esta Fórmula 1 no es la que nos prometieron, y para decir, también, que algo falla en sus profundidades más insondables si diez empresas, una federación y un propietario del cotarro, son incapaces de llegar a un acuerdo global con tal de ofrecer al público auténticas carreras de coches.

En Melbourne volvimos a sufrir el calvario de una parada en garajes, con lo cual, ni hay estrategia posible [La estrategia a una parada son los padres] ni queda otra que encomendarse a la lluvia, a alguna celebridad del santoral australiano o, en última instancia, a san Charlie Whiting, que no es la opción ideal, pero admitámoslo: sin él, a ver de que vivíamos.

Mercedes AMG sigue dominando porque continúa disfrutando de algo mágico que no debería tener cabida en el reglamento técnico pero que está ahí, apareciendo puntual a su cita para recordarnos que el balón con que jugamos es suyo, que se lo beneficia como le da la gana y que si quiere llevárselo a casa, en ese instante se acabará el partido porque para eso Mercedes-Benz tomó ventaja en 2007 y no ha dejado que se la quite nadie desde que en 2014 se inauguró la etapa híbrida.

Lo fácil en este punto es llamar conspiranoico al personal. Se argumenta que este deporte siempre ha sido así, se cogen unas gotas de coche dominador rememorando el MP4/4 de McLaren o el FW14B de Williams, se levanta la mirada al cielo y se recuerda la mala relación habida entre Ayrton Senna y Jean-Marie Balestre, se agita todo y ojito con criticar el cóctel, o insinuar siquiera que para esta mierda de viaje no hacían falta alforjas.

Si se han ido retocando las cosas conforme transcurrían las temporadas supuestamente era porque tratábamos de ir a mejor, pero desde 2009 a esta parte el resultado de tanto esfuerzo ha empobrecido el deporte y el sentido mismo de la palabra competición.

Y nosotros somos tan gañanes que tragamos con cualquier porquería recordando lo buena que sabía la comida de antes.

Y nos quejamos de Whiting —yo lo hago a menudo—, pero Charlie es imprescindible. Lo han hecho imprescindible los equipos, la FOM y la FIA por no saber o querer remar en la misma dirección. Y mal que nos pese, nosotros también hemos contribuído a que el británico sea imprescindible en la actualidad, porque aunque lo neguemos con la cabeza, todos somos conscientes de que sin sus apariciones estelares, sin esa capacidad tan suya de sacar conejos rotos de un chistera tan vieja como maloliente, sencillamente nos quedaríamos sin nuestra dosis de espectáculo.

Os leo.

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