lunes, 17 de marzo de 2014

Ya no hay amor, solo veneno


La imagen que abre esta entrada es bella. Un monoplaza yéndose de atrás, de la zaga, obligando al piloto a meterlo en la curva con un contravolante, es bello. Así, sin más zarandajas.

Hemos pasado tantos años sin ver este tipo de cosas sobre los circuitos que se nos había olvidado que a los vehículos de Fórmula 1 se los controla desde el volante, como hacían Fangio o Clark, o Stewart. Claro está que hoy en día el volante es cualquier cosa menos esa herramienta que hace casi siglos, movía el eje de dirección para que las ruedas respondieran adecuadamente a las intenciones del piloto.

El volante es hoy un artilugio incomprensible en el que se puede estar viendo la última película de Jason Statham en el display central, mientras el conductor se entretiene acertando a discernir cuál es el botoncito más adecuado para que el coche haga tal o cual cosa.

Pero a los F1 se les va el culo en los giros y eso es lo reseñable, lo que importa. Lo malo es que la trayectoria del eje trasero se desencaja hoy como pidiendo permiso, en plan monaguillo rogando al cura el vino dulce en vez de robándolo, en la sacristía, a los postres de la misa del domingo. Vamos, que la hazaña no resulta volcánica, voluptuosa y profundamente erótica, como cuando a un Lotus 72D, por ejemplo, se le veía entrar desabrido en una curva, pasado de revoluciones que decimos ahora, y comprendíamos todos que la fuerza que tiraba hacia el afuera era necesaria para clavar el morro sobre el ápice, hacia adentro, porque el piloto, esa sustancia anodina y viciada que se encarga en la actualidad de gestionar la plataforma mientras por la radio le sirven un dictado al mircoondas, estaba ahí, atento, sintiendo el trallazo monumental para responder con mano férrea al natural desenlace entre las sábanas.

Ya no hay amor, solo veneno. Las zagas se van como se evaporan los amigos que nunca lo han sido. Buscan el exterior de las curvas porque el tubo de escape está tan lejos del difusor que la downforce ya no sujeta el vehículo al raíl y porque en el fondo, el tren trasero no parece ya un demonio que clava sus uñas sobre la espalda del piloto antes de alcanzar el orgasmo. Falta fuerza y se nota la ausencia del aliento vital, pero lo que importa es que sigamos creyendo en la magia de que en cada movimiento del volante, un hombre lucha de forma desigual con la máquina que conduce.

La imagen que decora esta entrada es bella, pero también falaz. Quizás por eso, es aún más bella.

Bottas controla su coche de Scalextric para meterlo en cintura, durante la calificación del sábado pasado. El finlandés se ha pasado jugando a la PlayStation y su FW36 ha cobrado vida por un momento. Latigazo, control, y a por la siguiente curva, nada que ver con aquellos momentos en que el movimiento de la parte trasera del coche resultaba imprescindible para ganar o perder una carrera.

Hemos pasado tantos años sin ver este tipo de cosas sobre los circuitos que sencillamente hemos olvidado en qué consistían.

1 comentario:

J-CAR dijo...

;)
https://www.youtube.com/watch?v=AgrWsd5QXF0
Antes se derrapaba para adelantar y ahora si derrapas te adelantan. ¡Como cambia la vida! ¡y todavía no solo hay quien no se entera sino que además se molesta si los demás nos enteramos de tamaña impostura!
¡Saludos!