sábado, 15 de marzo de 2014

La edad tiene sus ventajas


Sí que las tiene. Ves algo en apariencia anodino e inmediatamente recuerdas otros algos distintos que solo suceden en tu memoria, pero que conservan sus aromas, texturas y sonidos intactos, como si estuvieran esperando precisamente, a que una cosa llevase a la otra, a que ocurriese el milagro…

Esta mañana, por ejemplo, me he levantado temprano para pillar aunque fuese el final de la tercera sesión de entrenamientos del Gran Premio de Australia. No lo he conseguido. La semana espesita de la que hablaba ayer me tenía bien agarrado a la cama y para cuando he querido darme cuenta ya eran las 05:30. Pero esto no es lo importante, lo que sí lo es consiste en que lleva tiempo ocurriéndome que cada vez que veo a Lewis o a Nico al volante de sus respectivos W05, la cabeza se me va a aquel periodo de entreguerras en el que había máquinas tan imponentes como el W154 que causaban miedo de solo verlas sobre los circuitos.

Como sabéis de sobra, Mercedes-Benz abandonó la Fórmula 1 a finales de 1955, a cuenta de aquel fatídico accidente en Le Mans que se cobró demasiadas vidas. Eran sin duda otros tiempos, más nobles que los de ahora, de Jedis y espadas láser, donde un desafortunado incidente obligaba a una escudería a retirarse con honor porque el honor también contaba como saldo para la competición.

A cuenta de este funesto suceso, Fangio acabó en Ferrari para dar a la de Maranello su primer título mundial, y hablo en singular porque el Campeonato de Marcas no se estrenaría hasta 1958… De haber estado allí, sin duda Mercedes-Benz, seguramente con el de Balcarce sentado en uno de los asientos de cuero de un hipotético W198 que nunca llegó a existir, habría luchado por ambos títulos, y confieso que sospecho que los habría ganado porque Mercedes-Benz era un mito antes de su abandono definitivo.

Obviamente la historia de nuestro deporte sería distinta, algo que bien pensado, tampoco es importante para esta entrada, porque no pretendo esbozar una bonita ucronía, sino recalcar que cuando Mercedes-Benz decidió retornar a la Fórmula 1 cincuenta y cinco años después, lo hizo en un mal momento y con peores compañeros de viaje, de forma que desde 2010 se podría decir que no ha hecho otra cosa que arrastrase por los circuitos hasta que el año pasado, en una de esas maniobras tan tradicionales en lo nuestro como profundamente perversas, Ross Brawn decidió cobrarse ventaja en los tramposos entrenamientos realizados con Pirelli tras el Gran Premio de España, en aras de rentabilizar todo el esfuerzo realizado en las tres sesiones anteriores.

El ardid surtió efecto. Mercedes es otra diferente a aquella que hizo su estandarte en el retorno de Schumacher, y con Lewis, Toto y Niki, y ahora sin Norbert, Michael y el propio Ross, vuelve a resultar terriblemente amenazante…

Esto también es lo importante, porque aunque soy tifoso hasta la médula, ver la estrella de tres puntas robando la pole a Daniel Ricciardo ante su público, me ha puesto los pelos de punta, recordándome hoy en Melbourne, que el aire australiano olía idéntico a esas historias que tantas veces he sobado con la punta de los dedos mientras intentaba recrear desde la ignorancia sus aromas, texturas y sonidos.

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