miércoles, 19 de marzo de 2014

Brands Hatch 6 a.m.


Duelen más las victorias que se saben por siempre perdidas de antemano que aquellas otras que disputándose como posibles, acaban resultando en el fondo inasequibles.

Es ley de vida. Cuidas del agujero que decía Matús que te queda cuando creces como ser humano completo, y al cabo, esa nada que has cuidado tanto acaba dándote un latigazo que crees injustificado y profundamente injusto, pero lo asumes precisamente por eso, porque es ley de vida y porque aunque no te paguen ni una moneda de a centavo por ello, has sabido siempre que iba en la soldada.

Es día de San José, a quien de tanto denominarle como padre putativo, p.p. en los anuarios, se acabó quedando con el Pepe sencillote con que le conocemos, y a mí me ha dado por escuchar la banda sonora de la película Jo Siffert - Live Fast Die Young, setentera a tope, pero retoña ahora que me viene a mano.

Seppi, así le llamaban al suizo que combatió incluso con los descomunales 917 de Porsche, cambió nuestra forma de ver la vida muriendo. Su inmolación asfixiado entre llamas en Brands-Hatch sirvió para que los que quedaron de pie entendieran que la seguridad debía ser considerada parte importante de la competición, en idéntico plano a los pilotos y las máquinas que conducían los héroes de aquel entonces.

Corría 1971 y Siffert con él, pero Jo no llegó al año siguiente porque en aquel entonces no había a mano recursos como los que salvaron la vida de Robert en Canadá o impidieron que Sergio, en Mónaco, mantuviera el pellejo intacto en un impacto que no todos los pilotos de combate habrían aguantado. Por aquello de ser sinceros, habría que mencionar que lo que le faltó al suizo fue un miserable extintor de a bordo que impidiera que las llamas de su BRM lo devoraran y el humo resultante lo asfixiara (en este caso da lo mismo el antes que el después), un artilugio que valía cuatro o cinco monedas acaso, pero que no se consideraba imprescindible en aquella etapa de la historia de nuestro deporte y cuya ausencia en su monoplaza, derivó en que tras el fallo de la suspensión del vehículo, éste perdiera el norte y el rumbo, llevándose a Siffert con él en eso que llamamos consecuencias inevitables o daños colaterales.

¿Qué hacía Jo a las 6 a.m. del 24 de octubre de 1971? Soñar con que terminaría la jornada, cosa que por desgracia no pudo ser. El lado adverso de la fortuna truncaría sus propósitos y a cambio nos permitiría a nosotros, los aficionados, seguir disfrutando de un espectáculo que aún ahora, seguimos maldiciendo. Pero permanece Jo, su punto y coma o su punto y seguido, su esfuerzo y su cultura como piloto, escultura más bien por el torneado entre sus numerosas luces y sombras, y la evidencia de que cualquier cautela es poca cuando está en juego la vida de un hombre, sea padre, héroe, labriego o poeta.

Os leo.

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