viernes, 21 de marzo de 2014

Inmortal


No soy muy de fechas ni efemérides, bien lo sabéis, pero que hoy precisamente cumplan años una herramienta tan volátil como Twitter y un alma tan genuina como Ayrton Senna, me ha llevado a remarcar doble y en rojo el 21 de marzo en mi calendario particular de cronopios y famas, porque también, un día como el de hoy venía al mundo un amigo que al final me resultaría el primer veneno amargo al que sobreviví.

Él fue quien me dijo hace 24 años que a los 50 no llegaría yo habiendo escrito un libro, ni haciendo las ilustraciones que quería ni mucho menos siendo rico, como me las prometía por aquel entonces. A cambio de aquella traición que derivaría años después en uno de los episodios más amargos de mi vida, yo le inmortalicé en una portada que sé que le hizo diana, de las que a mí me gustaba hacer, of course!, y de las que él jamás haría, y he escrito no uno sino más de una docena y media de libros que han sido publicados, algunos sin que mi nombre aparezca en la portada y con éste, 1.906 episodios de una historia escrita línea a línea que algún día tendrá que terminar, pero que sin duda será la que más grato recuerdo me dejará, por lo que he encontrado.

Lo de rico… Bueno, confieso que en 1990 imaginaba ser rico montado en mi Alpine 1.600 SI durante los domingos y teniendo dinero suficiente y esas cosas, pero ahora que lo pienso, no lo cambio por la infinita suerte que tengo de ser como quiero ser ahora mismo…

Pero a lo que iba, que hoy es 21 de marzo y resulta que Ayrton cumpliría años de no haberse dejado la piel en Tamburello.

Soy de Alain y lo seguiré siendo hasta el día en que me muera, pero el paulista nunca me ha dejado frío y he entendido siempre por qué los sennistas le adoran, y se lo he respetado. Iría más lejos diciendo que hay que ser un perfecto gilipuertas para negar la evidencia de que el brasileño tenía algo especial de lo que el galo carecía: instinto natural, pero uno ancla sus bártulos en la bahía en que mejor se ve representado y que Prost haya sobrevivido a los años, aunque tenga a todas luces una pizca menos de épica, me ha permitido verme a mí mismo reflejado en lo bueno y en lo malo, en la cara y la cruz de la misma moneda, en la iluminación y las sombras de mi propia existencia.

Villeneuve y Senna tuvieron la fortuna de quemarse como las polillas, en el cénit de sus respectivas e incomparables carreras, pero a Prost le ha quedado por delante eso tan feo de sobrellevarse con el transcurso de los años, y cuando uno calza cincuenta y cuatro edades valora más la permanencia que el éxito, por cuanto la primera, nos permite tasarnos mejor como seres humanos al contemplar también nuestras flaquezas y servidumbres inconfesables en el cómputo final.

Sea como fuere, hoy Ayrton habría cumplido la edad que tengo ahora mismo (le llevo tan solo unos meses, de agosto del año anterior a marzo del corriente), pero maldigo la hora en que la Fórmula 1 le recuerda a estas horas, porque de seguir en pie y en activo, un suponer, el paulista habría caído abatido entre tanto botón en el volante y tanta radio, porque el instinto, el suyo en concreto, se amplificaba en la sencillez y en el silencio.

Pensaba solo, actuaba solo, respondía solo y solo luchaba contra el cronómetro y contra la vida misma. La soledad era su muro, su infinita grandeza y también su horizonte. Él y su vehículo, endemoniadamente solos los dos, en Donnington Park, en Suzuka o en Imola, sin necesidad de tener que cumplir con la regla que acota en 140 caracteres la posibilidad de ser comprensible.

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