Llévame a casa [Take me home]

Estar rodeado de gente más inteligente conlleva admitir con orgullo que a veces vas al rebufo y no en cabeza. Es sencillo, en vez de dejarme arrullar los oídos con mensajes anónimos que te animan condescendientemente a que no cambies, prefiero mirarme al espejo y verme las arrugas para saber que debo seguir siendo como soy porque me lo debo. Es más sencillo aún, miro el pizarrín donde tendría que seguir escribiendo cosas que no debería olvidar para que no me llamen fascista, y decido unilateralmente que no merece la pena el sacrificio porque el panorama no da para tanto.

A la espera de que la FIA purgue sus culpas y venganzas como nos viene acostumbrando, recapacito sobre el por qué de algunas cosas. Por ejemplo sobre la razón que ha llevado a la prensa inglesa a arremeter con furia contra Flavio Briatore por el asunto de Singapur cuando callaron como putas ante hechos más graves; o sobre cómo Manel Serras y Joan Villadeprat defendieron la honorabilidad de Ron Dennis cuando a Fernado le hacían trizas en McLaren, mientras han clamado recientemente por la pertinencia de la salida de Flavio de Renault; o sobre cómo hoy mismo El País no decía ni un palabra sobre la noticia de que que la FIA sabía del asunto de marras desde hace un año y no ha movido un dedo hasta que ha resultado conveniente hacerlo…

¿Qué importa todo? Si la cosa pasa por asumir que un trompo dibujado con tiralíneas por Nelson Piquet en una ratonera de cartón piedra es más grave que el hecho de que a Fernando su propia escudería le dejara zumbar sobre el asfalto mojado de Fuji hasta que quedó destrozado sobre la pista, convendría dejarlo. Pero no quiero, no me da la gana, me niego. Si la cosa pasa por ver ahora negros nubarrones sobre la integridad de un tipo que se rebeló contar el engranaje de Wocking y prefirió la gris melancolía en Renault a la gloria, convendría abandonar. Pero no quiero, repito, no me da la gana, me niego.

Resulta demasiado fácil sembrar dudas, basta un poco de maña y artificicio para encajar un puñado de piezas sueltas, y resulta muy burdo abonarse a la inercia que finge ir contra corriente buscando una cuota de polémica que suena a disparo por la culata. Me gusta el Nano, creo en él porque ha dado sobradas muestras de que no le hace falta recurrir a amaños o artificios para demostrar que vale su peso en oro porque le sobra calidad y soberbia como para medirse a un domador de hienas como Flavio, o como para rendir en su propio terreno a un hijo de su madre como Ron Dennis.

¿Qué importa todo esto? A mí, sinceramente, poco. Si la prensa inglesa, Bernie, la FIA, Serras y Villadelprat, coinciden en sus argumentos o en sus silencios, me basta y me sobra para saber que el camino correcto es cualquier otro menos el que apuntan. ¿Y Max? ¡Dios mío, cómo se ha escabullido para pasar desapercibido!