viernes, 31 de octubre de 2014

Galadriel en Austin


El libro que estoy escribiendo avanza razonablemente bien. Materializo muchas palabras al día para destilar las que considero necesarias pasado un tiempo, en un ejercicio en cierto modo balsámico pero por qué no decirlo, también bastante áspero.

En fin, los segundos libres del Gran Premio de los EE.UU. trancurren dentro de lo previsto y mientras espero que la actualidad me brinde algo a lo que agarrarme para echar unas líneas, comparto con vosotros esta tarde otra viñeta de ese primer capítulo que trata de mi supuesto odio a Lewis, que nunca ha sido otra cosa que la cruz de una moneda cuya cara corresponde al Nano, y es que Sebastian Vettel habrá ganado cuatro títulos mundiales consecutivos, pero esta etapa que estamos viviendo en nuestro deporte, me temo que pasará a los anales de la historia como la que definieron los dos mejores pilotos de la actual parrilla: Fernando Alonso y Lewis Hamilton.

«Si tuviera que escoger una temporada de las ocho que he cubierto desde Nürburgring, jamás elegiría 2007.

Como he comentado hace unas páginas, publicaba pocas entradas —aquel año fueron concretamente 38 en cinco meses—, y la mayoría de ellas se corresponden con ejercicios de historia de la Fórmula 1 o crónicas sobre el campeonato en curso, lo que en realidad me dejaba muy poco espacio para odiar a Lewis. Pero alguno de mis textos comenzaban a ser enlazados lejos de El Infierno Verde. 

Buscando razones —mis entradas disponían de títulos no alusivos y en mi impericia, no comencé hasta mucho más tarde a etiquetarlas para posicionarlas en Google—, entiendo ahora que mi supuesto odio hacia Lewis abrevaba directamente de mi defensa sin fisuras de la figura de Alonso en la británica; y que así las cosas, mientras hacía sonar mis trompetas frente a las murallas del mítico Jericó de la igualdad de oportunidades en Woking, me estaba dibujando ante los demás con el perfil de un duro alonsista que no iba a rendir la rodilla sin al menos devolver el golpe.

En fin, sin reproche alguno y con la mano en el corazón, diré que sospecho desde hace mucho tiempo que tuvo que ser un seguidor del asturiano, quien me encontró primero y gritó ¡tierra! delatando mi posición con la mejor de las intenciones del mundo, y que a partir de ahí, las cosas se sucedieron dentro de la incomprensible normalidad con que ocurren en un ámbito tan chismoso, alcahuete y a la vez polarizado como es internet.

Dejémoslo en que la sangre y la tribu... y en que yo disponía de mimbres suficientes como para reparar mil y un cestos, sin olvidar tampoco que además, me divertía, con lo cual, descifrar a Alonso desde mis limitadas posibilidades mientras golpeaba los riñones del equipo de Dennis, se convirtió en un pasatiempo, bastante infantil por cierto, pero tan satisfactorio que habiendo encontrado filón en la alharaca del supuesto trato idéntico entre Hamilton y el español, machaqué sin descanso aquel flanco durante meses aunque sin pretender hacer daño, todavía.

Pero algo cambió durante el transcurso del Gran Premio de Japón de 2007, cuando McLaren puso en grave riesgo físico a su conductor en Fuji porque nadie creyó conveniente avisarle por radio, que llevaba seriamente dañada la aerodinámica de su MP4/22 tras un golpe previo con Sebastian Vettel (Toro Rosso).

Ver a Fernando estrellarse violentamente contra las protecciones y luego en mitad de la pista, bajo la lluvia, perdido en el interior del monoplaza destrozado o volviendo al garaje en silencio, arruinado y descolocado, me hizo recapacitar sobre qué demonios estaba pasando con un deporte que hasta entonces respetaba, que no era capaz de discernir quiénes eran los buenos y quiénes hacían de malos...

Me juré aquella misma mañana un montón de cosas inconfesables ahora, mientras digería la dimensión del nuevo escenario que tenía enfrente, mucho más grande y exigente de lo que pensaba y no lineal como imaginaba, sino dramáticamente poliédrico.

Política, intereses económicos y comerciales, y competición, se mezclaban alrededor de un piloto cuyo único pecado había sido llevar el dorsal número 1 a la nariz de un McLaren, pensando lógicamente en revalidar título. 

La razón y mi experiencia como aficionado me decían que la Fórmula 1 siempre había sido así: un universo cruel en el que lo que sucede sobre el asfalto los domingos de carrera no es sino la punta del iceberg, pero jamás había visto con mis propios ojos cómo a un campeón del mundo se le estaba sacrificado sin ninguna compasión ante la pasividad de quienes pudiendo evitarlo o denunciarlo, habían decidido mirar hacia otro lugar mientras silbaban o metían sus manos en los bolsillos de los pantalones.

Lewis no tenía nada que ver en todo aquello, pero para ambos ya resultaba demasiado tarde. Sobre el papel le odiaba, pero antes de que terminara el año, también sabía perfectamente cómo y dónde localizar al inglés. Todo se reducía a una miserable cuestión de tiempo.»

Os leo.

1 comentario:

Brute dijo...

En ingles lo llaman "projection" y lo definen como: "(Psychiatry) A defense mechanism by which one's traits and emotions are attributed to someone else".

El tal odio existe. Se invento para desviar atencion del spygate (britanicos robando a italianos) y el publico mas sicologicamente debil todavia anda esclavo de aquella jugarreta. Ha ayudado poco que, a la larga, todas y cada una de las acusaciones a Alonso han sido encontradas falsas. Orgullo herido y tal cual. Tampoco ayuda que un sector de la prensa inglesa todavia hace caja machacando a Alonso.

En cualquier caso, los trolls puede que molesten pero importar, no importan absolutamente nada.