Nos acercamos a la décima prueba de este mundial planteado a 20
carreras, y lo hacemos volviendo a Hockenheim, un circuito de los
setenta del siglo pasado que ha pasado (valga la redundancia) por el
taller de chapa y pintura que con la excusa del espectáculo y la
seguridad, va desterrando nuestros viejos dinosaurios de la memoria esa
que compartimos, para ser sustituidos por silenciosos agujeros negros.
Tranquilos, hoy no pretendo meterme con las tijeras ni con las manos
que las manejan para cortarnos el pelo a la taza, en aras de que seamos
iguales, simétricos, cívicos y limpios aunque no queramos, políticamente
correctos, que diría aquél, y el otro, y el de más allá, en definitiva,
cualquiera de los que tuvimos la fortuna de sentir la libertad cuando
éramos chiquillos y la reconocemos todavía. No, hoy se trata de
reflexionar sobre los bosques y lo que representan cuando los atraviesa
una carretera. Mejor aún, cuando lo que les abre las entrañas es la
pista de un trazado y por ella pueden insinuarse monoplazas o bólidos
nacidos para volar sobre el asfalto.
No me digáis que no tiene algo de erótico
el asunto de marras, y si por desgracia no lo tiene, que ya me
fastidiaría, ¿por qué nos gustan trazados como Spa, Nürburgring
Nordschleife, La Sarthe, la parte más hermosa de Monza y por supuesto el
viejo Hockenheimring?
A mí me encandilan, sin duda, y sospecho que me ocurre porque hay
mucho de poético, de sensual diría, en eso que parece tan tosco a tantos
de que un coche atraviese un universo único, viejo a veces como el
mismo infierno, verde esmeralda, verde oliva, verde bosque, verde que te
quiero verde, verde tachonado de colores por donde se abre paso la luz
como pidiendo permiso a las ramas, para visitar después y con sumo
cuidado, la carrocería de los monstruos que devoran el silencio más
hermoso del mundo.
En mi tierna juventud fui durante mucho tiempo montañero de pisar
montañas que no pedían papeles oficiales para permitirte pasar la noche
en tu tienda de campaña. Dormí en ellas, acurrucado bajo las sombras de
sus robles, castaños y hayas, y rompí el silencio de los árboles
aullando por sentirme más vivo que en las calles de Santurce o de mi
Portugalete natal, donde gritar estaba mal visto y podía acarrearte que
el alguacil te recetara una multa para que se te pasaran las ganas de
parecer algo distinto, raro que diría aquél, y el otro, y el de más
allá, en definitiva, cualquiera de los que aceptaban el yugo de la
seriedad con mejor disposición que yo.
Los bosques y los circuitos, sí. Decía que me parece que hay algo
erótico en esa convivencia de suelo negro y árboles mirando cual
vulgares voyeurs, cómo pasan zumbando proyectiles disfrazados
de anuncios con ruedas, cómo surgen rompiendo un silencio seco y
abandonan el plano diluyéndose en un silencio amortiguado por las ramas y
las hojas… Decía también que me fascina desde pequeño jugar a romper
umbrales como los que se hacen añicos bajo la sombra de un gigante, o de
varios…
Decía, que donde esté un bosque haciendo de actor secundario en
una prueba de automovilismo, se quiten como telones de fondo los
hormigones pintados de pared, las gigantescas escapatorias pintadas de
cromos, los desiertos pintados de arena, las gradas pintadas de gente y
los mares pintados de yates.
Decía o quería decir, que Hockenheim no es el mismo desde que le
quitaron la parte del trazado que atravesaba el bosque, para que las
cámaras pudieran tramitar mejor la realización de la carrera. Puede ser
más seguro, sin duda lo es, pero nunca será tan hermoso como cuando en
aquellos dos kilómetros ya desterrados para siempre, la bella y la
bestia se daban la mano.
1 comentario:
La foto de portada, pura poesía gráfica (y mira que pensé que iba sobre rally-slot).La entrada, pura prosa poética.Los recuerdos de libertad...gracias, Jose, por devolvernos durante unos minutos a otros tiempos, allá donde se ubica la patria de nuestra primera juventud. En estos días los próceres de la U.E. están a punto de cargarse Nurburgring. Seguirán derribando mitos, pero vivirán para siempre en nuestras retinas y en nuestro corazón. Gracias
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