sábado, 28 de julio de 2012

Lewis en el espejo


No había que ser un lince para vislumbrar que Hamilton iba a intentar ganar el G.P. de Hungría desde la misma calificación. Va con su temperamento, y este año 2012 que vamos corriendo como pesadas cortinas de plomo, habiendo podido ser la oportunidad que necesitaba el británico para borrar aquél estúpido renglón torcido que supuso 2008, la temporada se abría en canal bajo sus pies tras el abandono en Hockenheim, como un abismo negro.

Si algo tengo claro es que Lewis no va a cambiar, que así lo aten a un cepo seguirá siendo tan voraz como lo era cuando se dejó los dientes luchando con ventaja desde el interior de esa malasangre que era la McLaren de Dennis. Desde aquello ha mejorado, es indudable, se ha aquilatado ganando densidad y peligro, y como admitía no hace tanto, no muestro ningún rubor en decir que es rematadamente bueno y que no se merece la F1 que le está tocando vivir. Otra cosa es que no le había visto en una coyuntura como la que le envuelve en estos momentos, y que ello me lleve a valorarlo aún más si cabe, y me explico.

Hasta quien dice anteayer, el británico era de esos pilotos cuya fogosidad terminaba por pasarles factura, pero esta temporada, los errores y avatares que le han impedido liderar la tabla de conductores han venido de afuera. Así, tanto la rueda izquierda trasera que tantos quebraderos de cabeza ha originado, como el pinchazo del domingo pasado, etcétera, le han clavado al corcho de la exposición como si fuese una bella mariposa, y eso no va ni con su temperamento ni con su forma de entender la competición.

No estamos hablando de la puzzolana china de 2007, ni del enredo de botones que sufrió en Interlagos de aquella misma sesión; tampoco del reventón sufrido precisamente en Hungría (también en 2007), ni de los mil y unos percances que ha sufrido en su ya dilatada carrera profesional, ni por supuesto de sus hazañas bélicas con Felipe Massa o sus lances con Maldonado o Button, porque todo ello tenía fácil solución ya que dependía básicamente de él y de cómo se miraba en el espejo. Esta temporada, sin embargo, no hay espejo que valga porque el usado simplemente se ha hecho añicos.

Hamilton no está tan lejos de Alonso como parece: 62 puntos suponen dos carreras y media con viento de cara y algo de mala suerte en el zurrón de los rivales, pero en el fondo Lewis sabe que este año viene a ser un océano en el que navegará solo de aquí a que termine todo, al albur de su muro, de sus mecánicos, de su compañero, y del hueco que le deje Fernando mientras no resulte molesto para el asturiano y cumpla con la labor de contener a Vettel que ambos tienen pactada desde el silencio y el respeto mutuo.

Al británico le queda poco tiempo y lo sabe. Maneja muchas variables y lo sabe. Juega con fuego, y también lo sabe. Conoce perfectamente que desterrar a Sebastian sólo será el primer paso para enfrentarse de tú a tú con su asignatura pendiente. Tal vez quede por ahí Jenson luchando a brazo partido con su suerte, pero su compañero no es lo importante, porque tarde o temprano habrá un después ante el cual rendir respuestas para seguir bregando dejando su vida deportiva en manos de otros.

De aquí que este momento me parezca sencillamente glorioso e inenarrable. Lewis solo, solo frente a una superficie en la cual la amalgama que hay bajo el cristal le devuelve todas y cada una de las caras que no le gustan, ésas en las que se ha reconocido tantas veces cuando parecía un tipo rotundo y convincente y podía abrir la boca sin pedir permiso. Lewis se está ajustando mientras se reinventa sin perder un tiempo del que no dispone, y eso es precisamente lo que me parece más hermoso de todo.


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