viernes, 20 de septiembre de 2024

La kufiya


Verstappen ha soltado una palabrota, ha sido sancionado por la FIA con servicios a la comunidad, Ben Sulayem ha recordado que los pilotos no pueden parecer raperos (sic), y la chavalería y los doctores que tiene nuestra Iglesia se han tirado al monte como si no hubiera mañana, como si la culpa de todo esto la tuviera el tocado que viste el Presidente en ocasiones especiales.

Son jóvenes, o demasiado viejos, pero el caso es que se está pasando por alto que esto de tratar a los pilotos como si fueran chiquillos viene de muy lejos, pero de muy lejos, porque la FIA no sabe demostrar su autoridad sin matar cucarachas a cañonazos. 

El establishment tampoco se libra. Ecclestone prohibió hablar mal de Pirelli y animó a que las retransmisiones censuraran los tacos con el saludable piiiiii. Whiting sancionó a quien llevara a boxes a un compañero en plan taxista, Liberty terminó con las Grid girl después de que Bernie les viniera alargando la falda y reduciendo el escote por tramos. La norteamericana toleró que se sancionara no lucir camiseta o lucir una no ajustada a norma... Sintentizando, lo políticamente correcto ha ido ganando terreno en nuestro deporte, pasito a pasito, mientras la turba reía las gracias al patrón porque así lo aconseja la Autosport.

Ahora le toca al lenguaje, que es el último bastión de la libertad individual, pero tampoco debería extrañarnos demasiado. El piloto pinta poco salvo cuando interesa que importe mucho y ejerza dignamente de embajador de la actividad. A Ericsson se lo propusieron, creo, pero se largó a la IndyCar y ha acabado escribiendo su nombre en la Indy 500, ciñendo en su cabeza un casco que presentaba respetos a un tipo que, seguramente, profería palabras malsonantes entre curva y curva, como si lo viera, escuchara, más bien.

Hablando de cascos: a Kimi le buscaron un disgusto cuando pretendió repetir en Mónaco el homenaje a Hunt del año anterior...

¿Y por qué los conductores actuales se empeñan tanto en ser ellos mismos u homenajear a quienes consideran ídolos homenajeables pero no son del gusto de los de arriba? Pues básicamente porque la Fórmula 1 eligió como estandarte a un astro que hablaba con Dios y ha tolerado durante diez largos años que nos dé lecciones de decoro un soso de cojones, que lo más arriesgado que hace es el paseíllo de modelitos antes de cada Gran Premio.

Con estos mimbres podría hacer mil cestos, aunque hoy me contentaré con cincelar uno. Porque no se trata de vestir kufiya o chistera. Todo consiste en hacer ver que somos lo que no somos, en elegir a Senna o Hamilton como metáfora de nuestras esencias, y en pelar la mano a reglazos a quien ose moverse en la foto oficial, como hacían las malas maestras y malos maestros de antaño. En esto somos en la actualidad hipócritamente ingleses, cabe reconocerlo, pero, bueno, mientras los gilipollas sean más que los maduros los segundos tenemos la guerra perdida, porque no es el tocado, como vengo diciendo, son la FIA y Liberty Media, y lo que les venimos tolerando en cuanto a infantilizar la actividad.

Os leo.

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