sábado, 18 de febrero de 2017

El guión


Sabéis de sobra que soy una persona que se sorprende fácilmente. A veces, en la intimidad, reflexiono sobre esta peculiaridad pues se supone que a mi edad uno está de vuelta de todo, o de casi todo. Pero no, me ocurre que o no he madurado lo suficiente o que estoy condenado a cometer los mismos pecados y errores para seguir sorprendiéndome, of course!

El tiempo no pasa en balde para nadie, esto es indiscutible, y por eso mismo me sorprende que los mismos que te salen a la mínima con que esto siempre ha sido así, se muestren incapaces de aceptar en público, que si desde los responsables de Liberty al último mono del paddock coinciden en que la Fórmula 1 ha caído demasiado bajo y es hora de cambiar de rumbo, que Jean Todt nos diga que todo está bien, no significa otra cosa que a Monsieur le Président a lo peor le sobran tardes de despacho y le faltan mañanas en la calle de garajes.

No lo entiendo, sinceramente. Sí comprendo que cueste trabajo asimilar que la Fórmula 1 es un gigantesco putetxe tan magnético como aborrecible. Hasta ahí ya llego. Es duro confesar a la familia y amigos que eres aficionado a un deporte corrupto, pero tarde o temprano hay que salir del armario dejando que sus sombras sigan dando cobijo a los recién llegados o aquellos que siguen creyendo en los mundos de Yupi porque esto es una categoría del motorsport y tal.

Cuesta ser consciente de que te pones las botas de pocero para caminar sobre el fango, pero a ver, ¿cómo explicamos entonces, que siendo nuestra prensa deportiva una de las más sesgadas para con nuestros deportistas patrios, los inventores del fair play sigan dale que dale desde Gran Bretaña, insinuando que a Lewis Hamilton le han robado el título 2016? ¿Dónde ha quedado aquello de que quien desmerece al rival se desmerece a sí mismo...?

Yo lo tengo claro, qué os voy a contar. 

Aquí no se salva nadie, ni siquiera los ilusos. La Fórmula 1 es un lodazal al que hay que meter mano porque ha llegado demasiado lejos y se ha puesto en grave riesgo la supervivencia del espectáculo y el negocio. Y esto sí que es viejo y ha pasado siempre. Los intereses se acumulan, alcanzan un grado crítico, y la sensación de que la suciedad llega a la nariz se hace tan insoportable que toca abrir las ventanas. Lo dicho: ha ocurrido siempre. Luego vuelve a ser lo mismo, por descontado, pero para entonces se nos ha olvidado el pasado o lo hemos decorado con imágenes a cámara lenta y música de Thomas Bergersen.

Por todo esto y algunas cosillas más, me he confesado siempre más de pilotos que de equipos. 

A La Scuderia no me la toca nadie, faltaría más. Es el único recuerdo realmente bueno que me queda de cuando era yo un inocente de tomo y lomo. Posteriormente me hice mayor, un romántico mayor, un optimista mayor, el viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda, y descubrí entonces que la vida entera es un guión que nos escribe alguien —a veces desconocido, con sucursal en la esquina otras—, y que tenemos oportunidad de romperlo.

Así que cuando los monoplazas se ponen a circular por el circuito, me olvido del barro, de las botas, del hedor, de Charlie, Pirelli, Bernie y la madre que los parió a todos, y pienso en esos veinte individuos de carne y hueso que desde sus respectivos puestos de conducción tendrán en sus manos la posibilidad de saltarse una frase o dos durante la carrera, o de improvisar porque a lo largo y ancho de los noventa minutos que dura son los auténticos reyes del universo. Vuelan bajo a 200 o 300 kilómetros por hora, se juegan el tipo y son lo único que realmente me merece la pena...

Por todo esto me sorprende, aún más, que los grandes defensores de lo buena y atractiva que resulta esta categoría del motorsport, sean precisamente los mismos que insisten en enfatizar lo deportivo que es todo mientras defienden que los pilotos tengan poca relevancia en el moderno formato de competición. Esto va de equipos, la contribución del piloto se tasa en un exiguo 1%, y no digas nada, ya que es exagerado y poco realista intentar restañar la herida más sucia de todas, ¡nos ha jodido!

El piloto siempre ha sido importante, y es así porque supone el único elemento que tiene capacidad real para salirse de la establecido y romper el bendito guión. En eso consiste el auténtico espectáculo, en la incertidumbre que provoca el hombre que da sentido al coche y al trabajo de los estrategas e ingenieros.

Pasad buena noche.

Os leo.

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