La papilla

Las recientes carreras de Spa y Monza han supuesto una grata sorpresa en un escenario acosado desde las sombras por el fantasma de la ausencia de adelantamientos, cuestión que dicen merma el espectáculo.

Si me lo permite el respetable, negaré la mayor recordando que los adelantamientos y el espectáculo no están tan íntimamente ligados como se nos quiere hacer ver; más bien, añado, la diversión que ofrece el automovilismo reside por ventura en otros elementos diferentes a que unos autos superen a otros sobre el asfalto, y a la prueba del algodón me remito, pues donde más intercambio de puestos suele haber, en la trastienda de las carreras, rara vez posa sus ojos la realización televisiva o radiada, y pocas son las noticias que nos llegan de los lances ocurridos en letra escrita al día siguiente, o al siguiente del siguiente…

Algo habrá en la cabeza de las pruebas, digo yo, para que cada quince días, más o menos, todo el mundo se desgañite en alabar, resaltar o cuestionar lo que ocurre en ella, pasando por alto, o ignorando directamente, lo que sucede a partir del puesto doce, más o menos, ¡con lo que tiene que doler a sus protagonistas!

Y aquí quería llegar yo, pues exigir adelantamientos donde difícilmente puede haberlos es un completo sinsentido, y elevarlos a canon con que tasar el espectáculo, un absoluto contradiós, ya que para que los haya debería existir una igualdad que sencillamente es imposible de lograr en la F1, pues los vehículos punteros son muy diferentes en sus propuestas y prestaciones, y los pilotos que los conducen atienden a diferentes características personales o profesionales, a diferentes filosofías deportivas, a diferentes actitudes, a diferentes compromisos con sus respectivos equipos, a diferentes relaciones con sus compañeros de escudería, a diferentes diferencias…

En realidad todo esto es como pedir peras a un olmo por entretenerse, un mirar hacia otra parte, vamos. La historia de nuestro deporte se empeña en decirnos una y otra vez que no es posible que haya más adelantamientos de los que la técnica y la pericia de los pilotos pueden ofrecer, pero ahí anda Bernie con su letanía, y la cosa ha cuajado, y mucho, demasiado (os ahorro la inevitable mención a Mosley), y raro es el sitio donde no lees que tal o cual carrera ha resultado aburrida porque ha habido pocos adelantamientos, como si la esencia de todo esto radicara en que hubiera más de los que ya hay y puede haber, repito.

No me extiendo. Si diéramos vuelta a la parrilla, un ejemplo a vuelapluma, en cinco o seis vuelta a lo sumo, los de siempre estarían donde siempre están y donde no dejarán de estar porque son los mejores. ¿Se puede considerar espectáculo ver cómo Hamilton supera a Senna o se queda a su estela; ver cómo Alonso se come a Kovalainen o Trulli, o cómo cede una y otra vez ante un correoso Lucas Di Grassi? No, no, y no, la gracia está en la lucha por los primeros puestos desde diferentes alternativas, ésa es la que vale y la que está cara, pero en ella cuentan otras cosas que la mera capacidad de adelantar, como hemos podido contemplar en Spa y en Monza.

Ahora bien, ¿no supone espectáculo que Pedro luche con Adrian, o que Heikki lo haga con Timo? ¿Y por qué...?

Nos están vendiendo humo mientras siguen hurtándonos la honestidad con que vislumbrar que la pelea entre diferentes acostumbra a ser incluso aburrida delante, aunque puede ser muy atractiva detrás, sin dejar de tener por ello, y en todas partes, ese puntito que resulta tan interesante a los ojos del aficionado, pero que es tan difícil de convertir en papilla para legos. ¡Ya quisieran!

Os leo.