Tú y yo...

Lejos queda el momento en que Jenson Button se acercaba a su compañero Rubens Barrichello para exteriorizar lo que intuíamos todos tras la debacle de Red Bull en Monza. Que lo hubiese dicho Flavio Briatore a comienzos de temporada importaba un pimiento, porque mal que nos pese, lo que realmente pesaba en aquel entonces era y es lo que ocurre en la última carrera celebrada: subir al Olimpo o caer a los infiernos en un abrir y cerrar de ojos, la esencia… Tarde o temprano todos nos asomamos al balcón de la vida para asumir que somos y seremos lo que nos depare el siguiente instante. 

La apuesta, la maldita apuesta que nos atenaza mientras transitamos los segundos y las horas que nos han sido concedidos. ¿Lo haremos? ¿Seremos capaces? ¿Asumiremos el riesgo? Sí o no. La cosa, como diría mi buen amigo Nazario, se reduce siempre a un 50% de posibilidades, no hay más vainas, acertamos o erramos, así de sencillo resulta.

Jenson era sincero cuando palmeaba el casco de su compañero. Ni lo he dudado ni lo dudaré jamás, pero por eso mismo me llevan los demonios que los atentos a la viabilidad del negocio pasen por alto la ingenuidad deportiva que pone alas a los sueños, porque a mi modo de ver ninguna de las sutilezas o artimañas que han permitido a Button coronarse campeón del mundo habrían hecho falta si alguien, arriba, hubiese confiado lo suficiente en su calidad como piloto. Lo que no deja de tener su aquél, porque dicho en cristiano, los primeros que se han columpiado en la calidad innegable del británico han sido los que han velado porque su gesta pase a los anales de la historia del automovilismo como la enésima cantada.

Jenson es bueno, constante y duro cuando se pone. Lo demostró en 2004 cuando se las tuvo que ver casi en solitario con la poderosa Ferrari de Jean Todt, Michael Schumacher y Rubens Barrichello; y también cuando ha peleado a brazo partido con coches literalmente inconducibles. Estuvo allí, y ha estado siempre con un pundonor al que hay que dar acuse de recibo. Por eso mismo me ha gustado hasta ahora (lo seguiré haciendo) y lo he defendido y lo defenderé… Pero lo de este año me parece un regalo envenenado porque hace desmerecer lo que esencialmente tiene cualidades reseñables y numerosas virtudes que ahora quedan demasiado deslucidas.

Vamos a ver, el Brawn GP001 ha sido el coche mejor durante el primer tercio de la sesión y se ha mostrado muy sólido durante el tercio final, y en esta tesitura, a poco que Ross Brawn se hubiera mostrado menos cicatero, o que la FIA hubiese dejado de meter la mano donde no hacía puñetera falta, Jenson habría sabido sacar la cabeza como lo hizo en 2004 o como lo ha hecho hace apenas unos días (Brasil). Es cierto que a partir de Turquía, los Red Bull presentaron batalla creíble, también que hubo momentos en que parecía que todo se podía ir al carajo, pero la diferencia ha sido tan grande que lo ha desvirtuado todo.

No me enrollo. Jenson tiene calidad suficiente como para haberse coronado campeón del mundo sin ayuda de nadie, y eso es lo que me mata, porque sinceramente habría preferido que se hubiera alzado en Abu Dhabi por un punto de diferencia sobre Rubinho, a que a este último lo hayan sacrificado de mala manera en Interlagos y en otras anteriores para acelerar la imprescindible puesta en escena épica.

Lo dicho, hay momentos en la vida en que hay que asumir un reto, el que sea, siquiera por demostrarte a ti mismo que eres capaz de encararlo, de aceptarlo tal cual viene, y maldita la gracia que hace que cuando por fin te decides a hacer el salto mortal en el vacío para sopesar de qué material estás hecho, por ver si estás realmente comprometido, venga alguien a enmendarte la plana y te tienda una red que no has solicitado. No me gusta, lo siento, no me gusta lo que ha ocurrido en este agónico y eterno 2009, porque personalmente prefiero estrellarme a quedarme con la duda de qué habría ocurrido si me hubiesen dejado volar sin ayudas, y porque sé intimamente que Jenson es de los míos.

Tú y yo. Sí, bonito binomio, pena que el glorioso Imperio Británico se haya metido por medio para escribir a su modo la historia y el desenlace.