Se ha dado el banderazo de salida a la carrera por ver quién es más apasionado, por medir quién recuerda más nombres de conductores fallecidos y quién está a todos o sólo a los que dan lustre al uniforme. Las fechas que anteceden al 1 de mayo son generosas en este aspecto, luego la marea se calmará, como sucede todos los años.
Barrichello con más suerte, y Ratzenberger y Senna con la peor de todas, marcan el punto de reconciliación de nuestra afición con la cruda realidad del deporte: en él se puede perder la vida con suma facilidad, los pilotos lo saben y lo aceptan, pero quien debería evitarlo siempre va dos o tres pasos por detrás, como pudimos comprobar con Jules Bianchi o Romain Grosjean...
Recuerdo de mis lecturas de Universidad un concepto que he usado mucho en Nürbu. El libro en cuestión versaba sobre las corrientes artísticas de finales del XIX y comienzos del XX, los denominados ismos, y el autor —a éste no lo recuerdo, disculpadme— reflexionaba sobre cómo lo sorprendente durante una etapa se vuelve algo admisible para el sistema y termina siendo fagocitado por él. Le pasó a Matisse, a Picasso, a The Beatles, al bikini o la minifalda, las redes sociales, bueno poned vosotros el nombre a cuantos fenómenos culturales y sociales alteraron lo cotidiano en su momento y hoy son el pan nuestro de cada día, en arte, en música, en tecnología, en modos y costumbres, etcétera.
Obviamente no hay nada más disruptivo que la muerte, pero cuando Netflix aprovecha la efeméride que celebramos estas jornadas para publicitar su miniserie «Senna», entiendo que sigue quedando muchísimo trabajo por hacer.
Aquel trágico fin de semana de 1994 no cambió la percepción de la FIA, y Bernie Ecclestone, al respecto de la seguridad en automovilismo deportivo, obligó de forma rotunda a que cambiase, dando carpetazo a las abundantes excusas que estaban vigentes entonces. Quiero pensar, y cruzo los dedos, que no estamos viviendo un instante parecido, esperando al próximo susto monumental para asimilar que, en términos de seguridad, cualquier esfuerzo es pequeño y el principal enemigo es la siempre peligrosa sensación de seguridad.
«The motorsport is dangerous» no deja de ser una hermosa coartada, bien mirado, un claro eslogan y también un bonito argumento de venta, que, al igual que un plato que cae desde lo alto de la alacena, si toca el suelo y se hace añicos se convierte en algo que no sirve de nada porque el daño resulta irreparable.
Os leo.
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