Me disculpen: el Gran Premio de Turquía ha sido un leño, húmedo, pero leño al fin.
Sí, la situación del asfalto ha añadido cierta incertidumbre pero a mí me ha sabido a poco porque las estrategias, con sus aciertos y errores, han cobrado demasiado protagonismo para mi gusto, lo que ha llevado a que la realización haya puesto el resto, posando los ojos de la cámara donde quizá no hacía puñetera falta, sobrando el metraje dedicado a Lewis Hamilton, como suele ser su costumbre, y olvidando que las pruebas son un conjunto que no se salva puntualizando las evoluciones del británico en pista, cuando quien está en cabeza se llama Charles Leclerc.
La culpa, al final, ha sido de su equipo, ¡faltaría más!, y es por ello que quiero hilvanar esta entrada alrededor de Verstappen, ya que el holandés ha dado hoy una master class de frialdad sobre Istanbul Park que lo ha llevado a liderar la tabla general. Necesitaba sumar puntos, enjugar su desventaja con Hamilton, y todo ello pasaba por gestionar su testosterona, y el cabroncete lo ha resuelto con notable alto.
Sigo pensando que Lewis se lleva este campeonato, pero a Max hay que darle lo que en justicia merece y toca reconocer que se ha legitimado, de nuevo, para vencer este Mundial. Sereno, listo para evitar follones, el hijo de Jos ha mostrado hoy infinita más densidad como piloto de Fórmula 1 que su principal rival para conseguir el título.
Excusas les sobran al inglés y sus mamporreros, pero quien a estas horas merece la corona de verdad es el piloto que esta tarde ha terminado segundo, y esto es algo que se ha percibido nítidamente en Turquía.
Os leo.
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