viernes, 9 de junio de 2017

Tierra Santa


Mientras las tormentas del ocaso se ciernen sobre nuestras cabezas conviene no olvidar de dónde venimos. 

Mientras sostengo un brújula de madera en mi mano querría ser reloj de pulsera en una muñeca distinta a la mía. La semana ha ido bien, no me quejo. De los cinco propuestos, he conquistado tres golpes de fortuna rezando en mitad de la oscuridad para que los vigilantes no me descubrieran ni imaginasen quién había sido el osado que dejó sobre los fogones de la cocina una minúscula flor de color escarlata...

Los malhechores somos así: demasiado juguetones, si no firmamos nuestras fechorías nunca dormimos bien, ni siquiera en el catre de la celda.

En fin, estamos a viernes y empieza el Gran Premio de Canadá, queda tiempo todavía para algún milagro más, aunque lo que quiero destacar este mediodía es lo importante que resulta llegar una vez más al Gilles Villeneuve. 

Muchos aficionados advierten que es como volver a casa sin ser conscientes de lo que están diciendo. Los calendarios del Mundial son prácticamente iguales cada temporada. Existen incorporaciones y desde luego se dan ausencias, aunque en líneas generales siempre es lo mismo. Es decir, podríamos estar sintiendo que volvemos a casa desde Melbourne a Abu Dhabi. Pero no es así. Hay circuitos especiales que destilan aromas más hogareños que otros, auténticas Tierras Santas, y sin dudarlo, el de Montreal es uno de ellos.

La disputa de carreras en lugares perdidos de la mano de Dios ha ido acrecentado esta sensación de desposeimiento de raíces que hemos sufrido a lo largo y ancho de una década y media. Bernie ha tenido la culpa, por ser desaprensivo con nosotros, por mostrarse demasiado interesado en que los setentones que compran Rolex pudiesen recorrer todo el orbe, y por qué no decirlo: por poner a Tilke a diseñar circuitos como quien se lía la manta a la cabeza haciendo hamburguesas.

Por suerte nos quedan escenarios especiales en los que un matiz, una anécdota, hacen que toda la historia de nuestro deporte nos venga a la cabeza. Una pipa que no echa humo, un paquete de tabaco seco, una tacita de café con su platito y su cucharilla, una pluma que no escribirá jamás, una caricia en el pelo o una pregunta sin respuesta, hacen de un lugar Tierra Santa...

En el Gilles tenemos El Muro de los Campeones, con eso basta para que nos sintamos en él como en casa.

Os leo.

1 comentario:

matador dijo...

Pues sí, la mayoría de esos Tilkódromos son demasiado parecidos, quizá se salvaban Malaysia y Estambul, pero ya ni esos nos quedan... Ahora todos los circuitos tienen amplias escapatorias asfaltadas, si acaso rodeadas de bolardos de goma o de trampolines de goma espuma, que hacen perder algunos segundos, pero perdonan a los pilotos que cometen errores. Echaremos de menos también esas puzolanas de San Ganchao, o aquella con grúa incorporada para devolver al morenito al asfalto...

Los nuevos dueños del corral hablaban de recuperar trazados míticos, pero hasta que no volvamos a ver Imola, Estoril o Paul Ricard no sé si podremos creerles, y los pilotos ya han dicho que nada de más de 20 GGPP. Eso sí, de momento hay que seguir viendo los infumables Bakú o Sochi... Menos mal que nos queda Suzuka, o Monza, aunque sea descafeinado...

Saludos.